Me pregunto si cuando la vacuna para el Covid-19 finalmente llegue haremos los cuestionamientos que debemos sobre las decisiones que gobiernos de todo el mundo han tomado, o si les extendemos un fuero debido a lo incierto de estos tiempos.
El principal cuestionamiento al que me refiero es si el peligro en la salud pública que representa el coronavirus fue atajado con medidas del calibre adecuado.
Hay dos datos clave para empezar a reflexionar: según la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), se estima que el 80% de los infectados por Covid-19 presentan cuadros muy leves o son del todo asintomáticos: personas que nunca se supieron enfermas a menos de haberse hecho pruebas. De tal manera la letalidad del virus se estima en menos del 3% en todos los casos, con síntomas o no.
Aquí es cuando se pone incómodo comenzar a hacer preguntas. Hemos dado por hecho que ese 3% valía el encierro masivo, el paro de actividades y el acortamiento de las libertades individuales. Pero ¿y si no?
No sobra decir que cada una de las muertes confirmadas a causa del coronavirus son una tragedia. Cada historia debe ser contada y reconocida como un dolor profundo para alguien. Pero al acercar tanto la lupa se pierde la perspectiva global.
No renunciamos sólo al privilegio de ir a Cancún y comprar en Zara. La economía de la pandemia dividió al mundo entre "esenciales" y "no esenciales". Pagamos la falta de inversión pública en infraestructura médica con parte de nuestra libertad. Mientras algunos incrementaron sus fortunas, los negocios familiares mendigan para no cerrar las cortinas.
Según el Banco Mundial, la crisis generada por las medidas de confinamiento podría sumar a 71 millones de personas a la pobreza extrema. Es decir, cada uno de los muertos contabilizados al momento vienen acompañados por 116 personas que pasarán profundas penurias.
¿Cuántos de estos nuevos pobres no morirán por el virus pero sí por los males de su condición?, ¿hubiera sido mejor nunca encerrarnos?, ¿qué ganamos?, ¿dónde quedó el derecho a elegir si queríamos correr el riesgo llamado "Vivir con el Covid"?
Es cierto que esta postura, la de criticar al confinamiento, ha sido enarbolada por locos, ignorantes y ambiciosos. Sin embargo, la decisión de ponerle pausa a la vida económica la tomó alguien detrás de un escritorio y con datos que, por lo novel de la enfermedad, estaban incompletos. Los Gatell del mundo no podían tener todas las respuestas.
Preguntar si fue lo correcto no es locura, sino sentido común. Este ejercicio obliga de manera incómoda a replantear conceptos básicos como el valor de la vida sin libertades y la moralidad de dejar morir a alguien por el bien colectivo. Claro, lo haremos desde el privilegio de haber sobrevivido la pandemia.
Estamos de nuevo ante el viejo dilema de viajar en el tiempo y matar al bebé Hitler o no.
Y es que la victoria invisible de "los que no murieron" es un concepto abstracto que poco ayuda a pasar la amarga píldora del confinamiento y sus secuelas.
Hay una delgada línea entre el civismo que nos encerró a tantos por el bien comunitario y el sometimiento total ante las decisiones de los gobiernos.
Las implicaciones de los errores de las democracias durante la pandemia resultan de miedo pues las grietas que se abrieron son suelo fértil para retrocesos en las libertades civiles.
No es coincidencia que China sea un "ejemplo" de cómo manejar la pandemia. Ahora resulta que las dictaduras son de admirarse.
Traer a cuentas la aritmética del desastre y sus responsables no es ocio o necedad, es un ejercicio de supervivencia, una exigencia para no cometer los mismos errores para la próxima pandemia que, no nos quede duda, vendrá.
Aquí puedes leer más del autor ⬇