Bien dicen que las crisis no forjan el carácter, lo revelan.
El rápido esparcimiento del Covid-19 ha generado entendibles muestras de incertidumbre ante las implicaciones que pueda tener en el escenario mundial. Como dijo Tedros Adhanom, director general de la OMS, el miedo es una respuesta humana natural a cualquier amenaza, especialmente cuando es una que no entendemos completamente.
No obstante, el daño que el virus está dejando en México no se puede contar en número de compras de pánico y víctimas mortales, sino en el desgaste que ejerce en el entramado político, social y económico.
Primero pongamos los datos claros. Con una tasa de mortalidad del 2%, el Covid-19 no es una cepa especialmente letal dentro de la familia de coronavirus. La influenza estacional, por ejemplo, asesina al 0.1% de los pacientes. Es así como la mortalidad ligada al Covid-19 aún no nos da razones para entrar en pánico.
Lo que sí llama a la alarma son las condiciones que el virus ha desnudado en el país.
En la cancha de lo económico el lopezobradorismo se ha llevado más derrotas que trofeos, la peor siendo la contracción del PIB durante 2019, algo no visto desde la crisis mundial de 2008. La administración federal aún no convence del todo a los señores del dinero para que reanuden completamente sus planes de inversión, en tanto que la generación de empleos ha ido desacelerándose mes a mes.
Estas condiciones locales ya de por sí adversas corren el riesgo de endurecerse derivado del impacto mundial del Covid-19, con una China paralizada, mercados y turistas asustados y un EU pensando cerrar sus fronteras.
Es así que en México se están incubando los factores macroeconómicos para que un catarrito (Carstens dixit) se convierta en algo más grave.
En el ámbito social revela a un país profundamente dividido, al grado de ser peligroso. Esta crisis no ha concitado un esfuerzo unificado entre bandos opuestos para superarla lo más rápido posible, en cambio la opinión publicada se desbarata entre el aplauso fácil y la crítica absurda.
Para los primeros, el descuido en el sistema de salud público derivado de la austeridad a rajatabla no existe. Los segundos parecen estar dispuestos a ver gente enfermar antes que tenga éxito un presidente al que detestan hasta la ira.
A nivel gobierno el virus pone al descubierto a un presidente, y en consecuencia su gobierno, al que se le dificulta salirse de sus rutinas, adaptarse a contextos adversos y emitir un mensaje consecuente.
La transparencia, serenidad y aparente efectividad con la que el gobierno federal está haciendo frente al virus dentro de sus posibilidades ha pasado a segundo plano derivado de esto.
La irresponsabilidad del presidente López Obrador de desoír las recomendaciones sanitarias como lo hizo en Tabasco recientemente es un buen ejemplo. Nadie en este país está saludando de mano y beso a más personas que él, en ese sentido el presidente tiene el potencial de convertirse en un vector de contagio particularmente grave.
Un presidente enfermo en medio de este contexto es una catástrofe por descontado.
Los pacientes que más sufren con el Covid-19 son los grupos vulnerables o que ya presentaban enfermedades. México es ese paciente, falta ver cómo queda pasada la cuarentena.