El acercamiento que cada Presidencia mexicana ha tenido respecto a la educación ha sido una clara muestra de cada mandato en lo macro. En buena medida juzgamos a los presidentes por cómo atacan al acertijo educativo de México.
Basta recordar el oropel y a la postre fracaso del olvidado programa Enciclomedia de Vicente Fox; el arreglo político que antepuso los intereses del SNTE sobre los de los niños con Felipe Calderón; o los cañonazos de dinero mal gastado e irregular al regalar computadoras y tablets durante el peñanietismo.
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Me pregunto cómo juzgaremos al presidente López Obrador en esta arena pasados unos años.
No sin cierto grado de razón, su detractores brincarán evaluando al presidente actual como alguien que no supo leer las realidades de un mundo digital en el que la frialdad de la educación vía televisiva está ya muy rebasada. Tampoco se olvidará su complicidad electoral con la CNTE que en su medieval ideología asegura que la educación a distancia es una violación a sus derechos laborales.
Pero aquí hay una realidad y esa es que según el Inegi mientras el 94% de los hogares en México tienen una televisión, apenas el 29% una computadora. Ya de velocidad de conexión ni hablemos.
Si atendemos a la aritmética de la carencia apostarle a "la caja idiota" para educar a 30 millones de muchachos en este regreso a clases no resulta tan descabellado.
En ese sentido, y en este caso específico, el Presidente es un pragmático. Prefirió hacerse cuate de las televisoras que arriesgarse a lanzar una campaña onerosa y con altos riesgos de ser un chasco para digitalizar en cinco meses toda la educación en México.
Habría que considerar también que las condiciones de acceso a servicios de internet y televisión, recursos de aprendizaje y habilidades propias de los maestros varían profundamente entre cada hogar.
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No son pocos los muchachos que además de las desabridas clases por TV están retomando contenidos digitales en plataformas como Google Classroom, teniendo videoclases vía Zoom o de plano yendo de contrabando a las casas de sus maestros.
Es así que dadas las condiciones extraordinarias en las que se desarrolla esta jornada, la calidad de esta nueva experiencia educativa dependerá de a quién se le pregunte. Sería un error generalizar sobre este regreso a clases.
Lo que sí podríamos aventurar es que el desconcierto es la marca de estos nuevos tiempos.
Desconcierto sobre en qué maldito canal van a pasar la clase de historia "Encomiendas, tributos y reales de minas" para tercero de secundaria; desconcierto sobre cómo le van a hacer los padres trabajadores con los niños; desconcierto sobre cuándo no va a fallar la red; desconcierto sobre los efectos de la educación a distancia de toda una generación; desconcierto de hasta cuándo vamos a seguir o hasta cuándo aguantamos.
Las noticias del primer caso confirmado de recontagio provenientes de Hong Kong son una píldora amarga para quienes creen que la pandemia es algo pasajero, donde un hombre ya se enfermó dos veces de Covid-19.
Con una enfermedad reincidente no hay encierro que valga.
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Hay un límite para el tiempo que padres, alumnos y maestros pueden soportar las condiciones que el encierro y la distancia están imponiendo en la educación.
Los primeros necesitan un respiro, los segundos cultivar las relaciones y conocimientos que les acompañarán el resto de su vida, y los terceros hacer su trabajo efectivamente.
Entonces ¿si, como la energía, el virus no se destruye sino que sólo se transforma, qué vamos a hacer?
Parece ser que nuestro maestro, el desconcierto, nos acompañará buen rato.
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