Sepa usted, querido lector, que estas letras que le llegan ya sean impresas o digitales, provienen de una profesión bajo asedio.
Esta semana la Organización Editorial Mexicana junto a otras empresa periodísticas de primer nivel, como Proceso, El Universal, Vanguardia y otras tantas, anunciaron el inicio de lo que llamaron Alianza de Medios MX.
Su motivo es "defender la libertad de expresión, combatir la impunidad en los casos de ataques contra periodistas y medios, exhortar una mayor cercanía con la comunidad a la que servimos, y abrir espacios de reflexión sobre los diversos desafíos que encara nuestro sector".
Básicamente, es un esfuerzo colectivo de líderes de medios para recordarle a la sociedad que México es uno de los países con mayor número de asesinatos de reporteros, la gran mayoría de estos sin que al momento se les haya impartido justicia.
Aunque bienintencionada en su origen, esta alianza se enfrenta a la trampa de ubicarse en el contexto de México, país que ha normalizado la inseguridad y la violencia en contra de todas las capas de la sociedad, desde el migrante pobre, pasando por el soldado y el funcionario público, así como contra el gran empresario.
Pedirle al mexicano que se acuerde de que hay reporteros muertos y cuyos casos permanecen en total impunidad, como el del sonorense Alfredo Jiménez Mota, es solicitarle que conceda a la profesión periodística un estatus especial en la ordenanza de sus preocupaciones en medio de tanta impunidad diaria.
"Sacar el charolazo", se le dice en el oficio: utilizar el estatus de periodista para movilizar voluntades y obtener algún resultado.
¿Inmoral?, no. ¿Ventajoso?, quizá. Ojalá todas las víctimas sin justicia de este país tuvieran la potencia para alzar la voz como la que aún guardan los medios de comunicación cuando se unen.
Sin embargo, alguien lo tenía que hacer. Si el propio medio periodístico no se indigna bajo una sola voz y empieza a exigir resultados no se puede pedir tampoco apoyo popular para comenzar a cambiar las cosas.
A este gran esfuerzo por sensibilizar a lectores, radioescuchas y televidentes se suman los problemas sistémicos que ha ido arrastrando la profesión.
Desde hace unas décadas ya el periodismo mexicano padece de personalidades múltiples, moviéndose entre los extremos de posiciones opuestas: de crítico puntual a juglar del poder; de informador certero a propagador de la mentira; de suprapoder económico a mercado en crisis; de servidor público a victimario.
Esta bipolaridad, además de la naturaleza humana de quienes le componen, es el reflejo de un panorama social, político y económico que ha cambiado lo suficientemente rápido como para que el periodismo no se haya podido ajustar de manera eficiente a los tiempos.
El monopolio que guardaba sobre la comunicación de masas se ha roto con el surgimiento de las redes sociales; las comunidades están más informadas y pueden detectar más fácilmente las carencias de la profesión; se han pauperizado las condiciones laborales de reporteros; y la política se ha radicalizado, dejando cada vez menos lugar para un análisis sin sesgos.
Mejor ni hablemos de la postura radical en contra de la prensa azuzada desde la Presidencia, y que encuentra su más triste expresión en las mañaneras y sus "Quién es quién en las fake news".
Es en este contexto que resulta particularmente difícil convencer al gran auditorio que cada periodista muerto es un hecho de suma gravedad y que amerita un esfuerzo de memoria colectiva para no olvidarlos.
Por eso tiene gran valor que los periodistas mexicanos de una buena vez unidos en la Alianza de Medios MX se dediquen a eso, a hacer memoria y a contar las historias de quienes hoy ya no pueden contarlas.