El pasado 23 de enero, el conductor de espectáculos Juan José Origel publicó en su cuenta de Instagram una foto en Miami, Florida, con el pie: "¡Ya vacunado! Gracias #USA!", con lo que se colocó entre los escasísimos mexicanos vacunados que existen al día de hoy, y que en teoría deberían ser sólo médicos y unos cuantos maestros al sur del país.
Si bien a sus 73 años, Pepillo es merecedor de recibir una vacuna anticovid lo más pronto posible, al poderse saltar la fila el presentador ejemplificó las grietas de un sistema mundial en crisis y que aún no sabe cómo va distribuir equitativa y eficientemente millones de vacunas.
Hasta hace unas semanas discutíamos en México por qué no era prudente que personas físicas y morales tuvieran acceso a la compra de vacunas durante estos meses cruciales.
Sin embargo, hoy esa discusión ya está rebasada. Para empezar ni siquiera hay vacunas suficientes como para abastecer los pedidos gubernamentales, menos para ser vendidas a privados.
Peor aún, existe la posibilidad de que las pocas vacunas que el gobierno mexicano ha pactado con laboratorios ni siquiera lleguen ante el acaparamiento de países más ricos.
Apenas este martes el gobierno mexicano expresó su "preocupación" a la Unión Europea (UE) por una serie de nuevas limitaciones a la exportación de vacunas, que básicamente buscan acaparar la totalidad de vacunas hechas en el viejo continente. Como bien informó la OEM, México esperaba recibir millones de dosis del laboratorio de Pfizer en Bélgica, cosa que peligra ante las medidas europeas.
No por nada el director general de la OMS, Tedros Adhanom, advirtió que "el mundo está al borde de un catastrófico fracaso moral, y el precio de ese fracaso se pagará con vidas y empleos en los países más pobres".
Datos del Duke Global Health Innovation Center (DGHIC) dan la razón a Adhanom. Al empezar febrero el 70% de las vacunas anticovid vendidas por los diferentes laboratorios han sido compradas mediante acuerdos bilaterales por países con ingresos altos o medios altos. Entre ellos principalmente países europeos, EU, Canadá y Japón con dosis suficientes para vacunar más de una vez a toda su población.
El problema es que estamos ante el mismo impulso que llevó a los más privilegiados a acabarse el papel de baño y el agua embotellada hace un año: el "yoismo".
Esto se suma a serias limitantes logísticas en países pobres para una vacunación efectiva, como la falta de una cadena fría que preserve las vacunas en su viaje a las comunidades más alejadas, un suministro suficiente de jeringas, falta de personal entrenado, así como un registro puntual de vacunas aplicadas.
Acá en México, por ejemplo, no pudimos siquiera tener bien soportado tecnológicamente el sitio de citas para vacunarse el día de su lanzamiento. Vacunar a 126 millones de personas antes de marzo del 2022 es un sueño.
Según el DGHIC, se estima que pasarán hasta tres años para que existan suficientes vacunas para toda la población mundial; sin embargo, sólo un mes es una eternidad para la velocidad con la que el Covid destruye vidas y economías.
Los países ricos no están dispuestos a hacer fila, como tampoco lo están Pepillo y todos aquellos con dinero suficiente para hacer turismo de vacunas.
El Covid no sólo trae consigo muertos. Su herencia también es la de generaciones de muchachos educados a medias, la ruptura del tejido social y el exterminio del pequeño empresario; es decir, la herencia de pobres más pobres y ricos más ricos.
Nosotros decidimos si hacemos las brechas más grandes.
La espera por una vacuna es un evento igualizador entre las personas pues estamos en el mismo barco todos. Si cedemos ante el impulso de saltarnos la fila, fracasamos frente al maldito bicho.
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