El hábito blanco que caracteriza a Raúl Vera, un obispo revolucionario dentro de la Iglesia católica, destaca entre las sotanas negras de otros obispos que lucen sus crucifijos de oro en el pecho. Su prédica social es desde el Evangelio, con el que denuncia violaciones a los derechos humanos de indígenas, mujeres, migrantes, mineros, comunidad LGBT así como los abusos del poder y el acoso de las bandas del narcotráfico.
Una de sus luchas, cuenta, es defenderse de los clichés del clérigo cercano al Poder, al ser uno de los promotores de la Teología de la liberación y alejarse de las comodidades para ser un pastor que no distingue entre sus ovejas, que lo ha llevado a adquirir la libertad que se necesita para criticar a la hipocresía que, desde la fe, condena y estar siempre más cercano a los problemas de los vulnerables.
—¿Es usted un revolucionario dentro de la Iglesia?
—Deliberadamente no lo he hecho —responde mientras ríe—, yo sencilla -mente he tratado de ser fiel al Evangelio, he hablado de Dios que es mi referente.
He tratado de ser fiel al Evangelio, no lo he sido del todo, soy un pobre pecador lleno de defectos y debilidades. Pero el que el referente para mi haya sido el Evangelio ha sido mi más grande paz. Soy un fraile predicador, si el Evangelio no me inspirara no dormiría tranquilo.
Por casi 30 años Vera ha sido testigo y también protagonista de algunos de los conflictos sociales que han marcado la historia del país. Fue promotor de la paz en Chiapas, tras el levantamiento del movimiento zapatista, pieza clave durante las crisis sociales por las masacres de Aguas Blancas y Acteal, hoy acompaña a las familias de los miles de desaparecidos y asesinados por el crimen organizado.
Su firmeza, rebeldía y atrevimiento en labor pastoral lo han llevado a celebrar misas rodeado de simbolismos más cercanos a la gente, como las banderas del arcoíris, bautizar a la hija de una pareja gay porque ellos también han marcado su labor episcopal, esa que podría estar cerca del final si su renuncia, al haber cumplido los 75 años de edad, es aceptada por el Papa Francisco.
La vida de José Raúl Vera López, quien nació en Acámbaro, Guanajuato, el 21 de junio de 1945, es producto de los movimientos que transformaron el México de los últimos 50 años.
Tras su paso por Ciudad Altamirano, en Guerrero, Vera López fue promovido por la Santa Sede como obispo coadjutor de San Cristóbal de las Casas. A Chiapas llegó en 1995 para enfrentar el proceso de pacificación con el EZLN, al lado de “Tatic” Samuel Ruiz. Ahí fue enviado a redimir a la oveja descarriada de la Iglesia por orden del Vaticano, pero en realidad ahí fue convertido a la causa indígena y de los más vulnerables.
“Ha sido un obispo que se ha dejado tocar por las revoluciones que existen en el país y que han existido a lo largo de su servicio ministerial pues, no solamente ha trabajado con los indígenas, también se ha enfocado en el trabajo de construcción de paz, en alzar la voz por las comunidades que han sufrido injusticias en todos los rubros”, define Felipe Monroy, especialista en asuntos religiosos.
Para el estudioso, Raúl Vera también se encontró con la revolución de la Iglesia, en las tres últimas décadas.
Pasaron los años y tener el título de obispo coadjutor el Código de Derecho Canónico le dio un plus: derecho a sucesión en cuanto Samuel Ruiz se retirara como obispo en San Cristóbal las Casas, la diócesis más representativa del movimiento social de esos años. Sin embargo, la masacre de Acteal perpetrada por presuntos militares, el 22 de diciembre de 1997 en la que murieron 45 tzotziles que rezaban en un templo, fue un parteaguas.
La denuncia pública que Raúl Vera hizo desde Sevilla, España, a donde había viajado por el proceso de beatificación de fray Bartolomé de las Casas, acusando al gobierno del entonces presidente Ernesto Zedillo de ser autor de la militarización en Chiapas, llevó a que la Santa Sede lo sacara de la región en 1999.
El Papa Juan Pablo II, tras la renuncia de Samuel Ruiz, decidió alejarlo de todo ese escenario y lo envió como obispo titular de la diócesis de Saltillo, Coahuila.
En el norte del país se volvió motor para los mineros y fuerza para acompañar a cientos de familiares de desaparecidos ante el horror provocado por el crimen organizado.
“Con confianza en Dios fui a San Cristóbal y también con confianza en él llegué a Saltillo, y la experiencia aquí para la diócesis ha sido enfrentar el tema de los migrantes, los desaparecidos. Me tocó vivir con los mineros del carbón, estuve con ellos en Pasta de Conchos. Gente que estuvo ahí me puso las bases en la defensa de los derechos de los mineros. Todo el ejercicio que tuve que hacer de conservar mi libertad y amor por la vida digna de la gente fue algo que se fue fraguando poco a poco”, describe el obispo Raúl Vera sobre esos años.
Tras 32 años de labor como obispo, Raúl Vera no sabe cuándo el Papa Francisco aceptará su renuncia, lo cual podría ocurrir en días, meses o incluso años, pero tiene la seguridad de que mientras esté con vida, no bajará la guardia y continuará con su labor en momentos en que no se puede ser ingenuo ante las crisis social y económica que tiene México.