A la hora de comer, en los hogares de la Montaña deGuerrero no puede faltar la “cocoliztli”, una palabra ennáhuatl que significa enfermedad pero que la gente del lugaremplea en broma para referirse al envase de refresco de cola quejusto al centro de la mesa acompaña sus alimentos todos losdías.
Lo que sucede en esta región de la Sierra Mixtecarepresenta la cotidianidad de varias zonas rurales de México. Deacuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de MedioCamino 2016, las bebidas endulzadas son el producto que másconsumen los adolescentes del campo y el segundo que más ingierenlos niños y los adultos.
Botanas, dulces, postres y cereales azucaradostambién forman parte de la dieta regular de estas comunidades, aunpor encima del huevo, la carne, las frutas y las verduras.
Como consecuencia, entre los años 2012 y 2016 laprevalencia de sobrepeso y obesidad creció de 26 a 29 por cientoen los niños (5 a 11 años), de 27 a 35 por ciento en losadolescentes (12 a 19 años) y de 66 a 72 por ciento en los adultos(mayores de 20 años) del campo. En tanto que en las ciudades elproblema se contuvo.
Fiorella Espinosa, investigadora en salud alimentariade El Poder del Consumidor, advierte que desde hace años se viveun desabasto en las zonas rurales de alimentos saludables que sonsustituidos por lo que sí hay y en gran cantidad: la comidachatarra. Sobran alimentos… de baja calidad
Al norte de Chilpancingo se ubica Zitlala, unmunicipio con una población joven –más de la mitad tiene menosde 20 años– y mayoritariamente indígena. El 90 por ciento espobre.
Hay que viajar siete minutos en auto desde la cabecera municipalpara llegar a Las Trancas, una comunidad rural de casi 800habitantes. Lo primero que salta a la vista son las mujeres dellugar tejiendo sin cesar largas cintas de palma que luego venderána cuatro pesos los cinco metros. Aún cuando más miembros de lafamilia se suman a esta labor, los ingresos diarios no superan los80 pesos, apenas el salario mínimo de un trabajador.
Hace tres años, la asociación Infancia y Senectuden Plenitud (Insepac) implementó en esta región de la Montaña unprograma de crianza de traspatio de cabras lecheras y aves decorral para mejorar la alimentación de la gente.
Su presidente, Esaú Noe Cortés, explica que cuandollegaron les llamó la atención que en lugar de ver niños enextremo delgados por la falta de alimento, hubo quienes inclusomostraban sobrepeso. Fueron los estudios de sangre los querevelaron que en realidad estaban anémicos.
Al convivir con las comunidades no tardaron enentender el porqué de esta situación paradójica. Desde eldesayuno (cuando había) no podía faltar en la mesa el refrescomientras las opciones saludables escaseaban. Y en las escuelas, ellunch consiste hasta la fecha en “dulces, chicharrones preparadosy paletas de dos pesos”, según testimonios de tres madres defamilia.
El clima seco hace muy difícil la siembra de otroproducto que no sea frijol, maíz o garbanzo, y esto solo cuandollega la temporada de lluvias.
“Aquí no hay una fuente donde la gente puedacosechar las verduras, casi todo el tiempo es seco. Para poderconseguirlas hay que ir hasta Chilapa [a 20 minutos en auto] y elviaje implica otro gasto”, cuenta Jorge Quetzacuateco, oriundodel lugar y promotor de Insepac.
Y al costo del traslado se suma el miedo a salir porla violencia que azota a la región. El vecino municipio de Chilapade Álvarez se ha convertido en el campo de una pugna sangrientaentre grupos delictivos por su estratégica localización queconecta Chilpancingo con la sierra y la costa chica de Guerrero.Entre 2012 y 2016, los homicidios en el municipio se triplicaron,pasando de 29 a 85.
La violencia ya alcanzó a Zitlala. El año pasado secometieron 41 asesinatos cuando antes los muertos se contaban conlos dedos de una mano, según cifras oficiales.
La dificultad para adquirir alimentos saludablescontrasta con las tiendas del lugar repletas de frituras yrefrescos. “La tentación está cerca”, dice sonriendo unamujer de la comunidad mientras teje la palma con sus manos.
Si conseguir vegetales es complicado, comer alimentosde origen animal era casi un milagro hasta antes de que Insepacllegara al lugar. Los animales disponibles se restringían aalgunas gallinas y unas cuantas cabras que daban poca leche. La carne era un disfrute que se saboreaba, en el mejor de los casos,cada mes.
Un campo ¡sin frutas niverduras!
Lo que se vive en la Montaña de Guerrero no es unproblema que solo aqueja a esta región ni tampoco es nuevo. Desdehace diez años, el Consejo Nacional de Evaluación de la Políticade Desarrollo Social (Coneval) ya alertaba que en la quinta partede las localidades rurales no se expendían frutas de maneraregular, en 13 por ciento no había verduras y en 10 por cientotampoco se vendían productos lácteos o carne.
En cambio, en todas se podían conseguir confacilidad productos altos en grasas y azúcares. Esta combinaciónentre carencia de alimentos saludables y una alta disponibilidad deproductos chatarra llevó a los habitantes del campo a transitar dela desnutrición al sobrepeso.
Fiorella Espinosa lo explica así: “durante muchotiempo hubo desnutrición por una deficiencia en la cantidad y lacalidad de los alimentos… luego empezaron a entrar estosproductos [chatarra] y la gente empezó a tener suficiente cantidaden cuanto a energía, incluso superando sus requerimientoscalóricos, pero no con la calidad deseada”.
La nutrióloga Fabiola Cortés, coordinadora deprogramas de salud de Insepac, coincide en el diagnóstico alobservar lo que está sucediendo en las comunidades de la Montañade Guerrero.
“En las tienditas más recónditas llegan lasempresas que venden frituras… y en todas las escuelas vamos a vera los niños con sus papitas, sus pastelillos y sus jugosindustrializados”, indica.
Equilibrar la oferta
México lidera la lista de países con mayor obesidad en elmundo. Para combatir este problema en las zonas rurales, Espinosaopina que hay que mejorar el acceso a alimentos saludables.
“Quizá es difícil regular la disponibilidad de los productoschatarra pero si equilibras la oferta, si las personas tienen esaposibilidad de elegir entre algo saludable y no saludable, pues esuna opción”.
La experiencia de Insepac es en este caso un ejemplo de lo quese puede hacer sin necesidad de esperar a que los grandesconsorcios de alimentos procesados sean regulados.
Las cuatro comunidades donde la organización trabaja -LasTrancas, Ayotzinapa, Coyoacán y Huixcomulco- tenían en común laausencia de proteína de origen animal. A falta de leche, lasfamilias bebían refresco desde el desayuno; y a falta de carne ohuevo, comían frituras.
En poco tiempo, los beneficiarios incorporaron a su dieta diariala leche y el huevo; luego produjeron más alimento del quenecesitaban y empezaron a venderlo. Ahora elaboran distintos tiposde queso, y en algunos hogares incluso yogur, para autoconsumo yventa, lo que también ayuda a su economía. Los animales queterminan su periodo productivo sirven para comer.
No fue la primera iniciativa de este tipo en laregión. Antes, otra organización había llevado vacas a otraslocalidades aledañas, pero casi todo el ganado se les murió.
A diferencia de aquél intento frustrado, el programade Insepac tiene dos elementos que lo hacen distinto: el empleo decabras de razas adaptables a distintos climas y resistentes aenfermedades y una constante capacitación por un médicoveterinario de la región para que la gente aprenda a cuidar,vacunar y reproducir a sus animales.
Fabiola Cortés explica que junto con la mayor ofertade alimentos saludables, la información también ha sidofundamental para el proyecto. “Nosotros enseñamos a la gentecómo mezclar, cómo aprovechar y cómo se pueden nutrir mejor conlos recursos que ellos ya tenían”, explica.
Fiorella Espinosa indica que estas acciones deben deir acompañadas de otras como el apoyo al campo, hacer másentendible el etiquetado frontal de los alimentos, la creación dehuertos escolares y comunitarios y la organización social.