París, Francia.- La derrota del grupo yihadista EstadoIslámico (EI) en Mosul y la inminente capitulación de la "capitaldel califato”, Raqqa, abren un capítulo extremadamente peligrosodel conflicto sirio: el riesgo de una guerra abierta conparticipación directa de Irán.
La liberación de Mosul, después de mil 126 días bajo terrorislamista, no aporta ningún cambio significativo a esa guerracivil que en seis años provocó 360 mil muertos y más de 5millones de refugiados.
La caída de la segunda ciudad iraquí y de otros bastionesyihadistas comienza a crear una dispersión de fuerzas islamistasque desata una feroz competencia entre los otros actores delconflicto para controlar los territorios abandonados.
El punto más conflictivo de ese escenario se concentra en eleste del país, una región codiciada tanto por las miliciaschiitas aliadas de Irán como por los expertos militares de EstadosUnidos que asesoran a los peshmergas kurdos del YPG y a las FuerzasDemocráticas Árabes (FDA) anti-Assad.
Esa zona -contigua a la triple frontera entre Siria, Irak yJordania- fue el epicentro de los tres graves incidentes ocurridosen las últimas semanas entre fuerzas especiales norteamericanos ymilicias chiitas teleguiadas por los pasdaran de los Guardianes dela Revolución de Irán, dirigidos personalmente por general QasemSuleimani, jefe de la fuerza de élite Al Qods, que incluso sefotografió en el terreno de operaciones.
Esos episodios, al igual que las frecuentes fricciones que seproducen en el estrecho de Ormuz —por donde transitan lasexportaciones de petróleo del Golfo—, forman parte de lasguerras proxies en las que Estados Unidos, Rusia y las potenciasdel mundo árabe-pérsico se enfrentan a través de sus aliados porla supremacía regional: Siria, el conflicto del Yemen -dondeWashington, Teherán y Ryad apoyan fuerzas antagónicas- y ahora elasedio lanzado por las petro-monarquías contra Qatar.
La guerra civil siria es, sin embargo, el mayor ejemplo de esetipo de enfrentamientos indirectos. Como mastines hambrientos,varios actores se disputan a dentelladas los 185.000 km2 de esepaís.
Las superpotencias (Estados Unidos y Rusia) ambicionan controlaresa posición estratégica y geoeconómica de primera importanciapara desarrollar sus respectivas designios regionales.
Las potencias regionales (Irán, Arabia Saudita y Turquía), porsu parte, desplazan sus piezas por razones de supremacía regionaly religiosa.
En ese conflicto de intereses superpuestos es difícildeterminar si la rivalidad estratégica es la razón de fondo delenfrentamiento o si la religión es solo un pretexto paraenmascarar codicias ocultas entre las dos teocracias que sedisputan la preponderancia en la región más explosiva delplaneta.
Turquía, que sueña con redorar el blasón del califato perdidobajo los escombros de la Primera Guerra Mundial, no abandonó laesperanza de recuperar la influencia religiosa, política -yeconómica- que tenía hace un siglo sobre la gran medialunaárabe.
En ese contexto volcánico, el régimen de los ayatolas deTeherán parece haber comprendido que se ha convertido en uno delos objetivos de Donald Trump, como demostró la serie deiniciativas que le sugirió adoptar a la monarquía saudita.
En forma paralela, las fuerzas occidentales se preparan a ocuparel vacío dejado por los yihadistas para impedir que los pasdaraniraníes y las milicias chiitas tomen el control de esasposiciones.
Desde el principio de la guerra siria, el objetivo de Teheránes crear un corredor territorial que le asegure una salidapermanente al Mediterráneo a fin de controlar -a través degobiernos aliados- la mayoría de los territorios de Medio Orientey tender un cerco en torno del mundo sunita.
Rusia no será un simple espectador cuando comience el nuevomovimiento de piezas sobre el tablero sirio.
El gran problema es que en esa colisión intereses antagónicosexigirá decisiones y acciones fulgurantes, advierte IlanGoldenberg, ex alto funcionario del Departamento de Estado y delPentágono. “En esas condiciones –insiste- no es imposible quetodo escape rápidamente de control”.