BUENOS AIRES. Ansiedad, angustia o depresión impactan en Buenos Aires ante un confinamiento, uno de los más prolongados del mundo, que supera los 100 días y entró esta semana en una fase más estricta por el aumento exponencial de casos de coronavirus.
La pandemia no pudo llegar en peor momento para Argentina. Tras dos años de recesión, la economía del país sudamericano se derrumbó 26.4% en abril.
"Hoy exploté y decidí limpiar frenéticamente!! Y me di vuelta como una tromba y me di la jeta (cara) contra una puerta. No paro de entrar cada vez más profundo en un pozo oscuro lleno de niños que me pisan la cara", escribió en un chat de amigas María, docente de 42 años, que se debate entre las clases virtuales y sus tres hijos pequeños.
En el mismo grupo de WhatsApp, Lidia, que vive sola, anuncia: "Me voy a clavar (tomar) un vino ya mismo". "Quiero contagiarme el Covid así no toco más mi computadora", dice Graciela, maestra de preescolar cuyas horas pasan en el zoom con alumnos muy pequeños, padres ansiosos y directivos intensos.
La vida transcurre como un entre paréntesis impuesto por la cuarentena que arrancó en Argentina el 20 de marzo y se endureció desde el 1 de julio en Buenos Aires y su periferia, zona que concentra más del 90% de los más de 67 mil casos y las mil 363 muertes.
"Es difícil separar el efecto del encierro del de la crisis económica y de la incertidumbres del futuro laboral", dice la psicóloga Alicia Stolkiner, profesora de Salud Pública y Salud Mental de la facultad de Psicología de la UBA y de Salud Mental Comunitaria en la Universidad de Lanús.
Luego de 100 días de encierro relativo, el ánimo cayó fuerte, según un estudio del Observatorio Social de la Universidad Nacional de La Matanza (UNML), realizado entre el 27 y 29 de junio en Buenos Aires y su periferia, donde vive casi un tercio de los 44 millones de argentinos.
En un país afamado por tener casi 200 psicólogos cada 100 mil habitantes, el sondeo reveló que 43.8% de los encuestados dijo necesitar atención psicológica por tristeza, desesperanza, ansiedad, angustia e inestabilidad emocional. También señalan intolerancia al encierro, sensación de soledad e ideas de muerte. Y los llamados a la línea de atención al suicida se duplicaron.