PARÍS. El desenlace de la crisis argelina podría precipitarse en las próximas horas con la renuncia del presidente Abdelaziz Buteflika o el lanzamiento del proceso de impeachment a fin de declararlo inapto para continuar dirigiendo el país.
El final de la era Buteflika, en el poder desde hace 30 años, se puso en marcha el martes pasado, cuando el hombre fuerte del ejército, general Gaid Salah, abandonó el apoyo incondicional que mantenía desde 2004 y “sugirió” que, en virtud del artículo 102 de la Constitución, el presidente sea declarado inepto a ejercer el poder. "Es necesario, incluso imperativo, adoptar una solución para salir de la crisis”, dijo.
Nadie ignora en Argelia que -en ausencia del presidente, de 82 años-, el verdadero poder lo ejercen los hermanos del presidente, Said y Nacer, el jefe del Frente de Liberación Nacional (FLN), Muad Buchareb, y un clan reducido de cortesanos.
Hasta ahora, en ese grupo áulico también figuraban el general Salah; el presidente del Consejo Constitucional, Tayeb Belaiz; y el titular del Parlamento, Abdelkader Bensalah. Esos tres dirigentes son quienes tienen ahora en sus manos el futuro del país.
En caso de activación del artículo 102, el Consejo de Estado debe comprobar que el presidente se encuentra en la “imposibilidad total” de ejercer el poder por “enfermedad grave y durable”. La propuesta de impeachment debe ser votada, en ese caso, por dos tercios de las dos cámaras del Parlamento. Si el impeachment persiste, se abre otro período de un mes y medio para organizar una elección presidencial.
La otra alternativa de “vacancia” del poder es la renuncia del presidente, quien perdió la facultar de escribir y nadie puede decir si está consciente para decidir su dimisión. Pero, en las actuales circunstancias, el país entero estaría dispuesto a aceptar sin protestar la ficción de una renuncia.
El acto más importante de la tragedia argelina, no son las deserciones, sino la conclusión de las negociaciones que se desarrollan en las antesalas secretas del poder para encontrar un sucesor capaz de encarnar la célebre máxima del Gatopardo: promover un cambio para que todo siga igual.