En la lavandería central de los hospitales de París, un ejército de empleados clasifican, lavan y secan sin descanso sábanas amarillas, batas blancas y fundas protectoras verdes "potencialmente contaminadas" por covid-19 o por cualquier otro agente infeccioso.
"Tratamos cada día 33 toneladas de ropa sucia: 23.000 sábanas, 10.000 protectores de colchón, 10.000 fundas de almohada, 18.000 prendas de trabajo, 8.000 camisas de pacientes...", enumera Jean-Charles Grupeli, director del polo logístico y técnico del que depende la lavandería central de la Asistencia Pública - Hospitales de París (AP-HP).
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En la entrada de la "zona sucia", cientos de bolsas de 38 hospitales esperan su turno. En su interior hay pantalones, batas o camisas equipados con un chip que permite identificarlos. En menos de 24 horas estarán de vuelta en los hospitales.
Pero, previamente, la ropa cumple un protocolo sanitario, orquestado por casi 120 personas y otras tantas máquinas cinco días por semana.
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Todo empieza en el "taller de clasificación". Unos diez agentes, equipados con sobrebatas, mascarillas y gorros, separan las mantas amarillas de las batas azules, los protectores de colchón verdes y algunas prendas rosas del servicio de maternidad.
"No trabajamos en función de la suciedad sino del artículo", explica un empleado. En la sala, el aire se renueva por motivos sanitarios y, de paso, evita los malos olores.
Con o sin covid, "consideramos que toda la ropa está potencialmente contaminada", explica Cédric Martin, un directivo de la unidad.
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"Zona limpia"
Durante la primera ola, el virus tuvo un gran impacto en los efectivos. A mediados de marzo, "teníamos que cubrir un tercio de los puestos con voluntarios...", afirma Jean-Charles Grupeli.
En el peor momento de la crisis, la demanda de ropa de cama para hospitales se redujo porque los pacientes que no tenían covid desertaron, pero el volumen de ropa de trabajo aumentó un 25%. Y hubo que poner en marcha un circuito para lavar las sobrebatas (supuestamente desechables) debido a la penuria de equipamiento.
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Encima del taller de clasificación hay cuatro "túneles de lavado" que parecen vagones metálicos, por los que pasa la ropa que se lava a 60 grados (y no a 40 como antes del covid-19).
Una vez que sale de la centrifugadora, obtiene un boleto de entrada a la "zona limpia".
"Saco las sábanas y la máquina las aspira para colgarlas y dirigirlas hacia las máquinas que secan y doblan", describe Angela Couchy, una empleada. Para alternar el uso del brazo derecho y el izquierdo y no pasar todo el día en la misma posición, los equipos rotan en todos los puestos.
Suspendidas en el aire, las sábanas amarillas y las fundas de colchón verdes se entrecruzan antes de ser engullidas por una nueva máquina, de donde salen bien dobladas. Después, el transportador las envía al área del empaquetado.
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El ruido es ensordecedor. "Cuando para, estamos contentos", reconoce Couchy.
Un poco más lejos, la ropa, en colgadores, pasa por su última fase. A través de rieles, los pantalones, batas y camisas invaden el espacio, se van a la izquierda, a la derecha, paran, se separan... para finalmente detenerse, ordenadas "por establecimiento, servicio, transportista y tamaño", comenta Cédric Martin.
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