A Kennedy Muhindo, de ocho años de edad, lo estaban atormentando las altas fiebres al tiempo que sufría de fuertes dolores de estómago y diarrea. Pero cuando los equipos médicos le dijeron que padecía ébola, su primer pensamiento fue para su hermana.
"¿Cómo se encuentra mi hermana?", preguntó una y otra vez a los trabajadores de un centro de tratamiento del ébola en las afueras de Butembo, un importante núcleo comercial en el este de la República Democrática del Congo.
El personal no tuvo el valor de decirle que Lareine, de 9 años, había muerto.
El brote de ébola en el Congo, el segundo más grande de la historia, ha causado un número inusualmente elevado de víctimas infantiles. Más de una cuarta parte de los casos confirmados y de los probables identificados a principios de abril eran menores de 15 años, en comparación con el 18% del último brote importante en África Occidental entre 2013 y 2016, según cifras recopiladas por la Organización Mundial de la Salud.
La enfermedad puede avanzar rápidamente, bloqueando el sistema inmunológico y anulando órganos vitales. Los niños pequeños y bebés son más vulnerables.
Más de dos de cada tres niños infectados en este brote han muerto frente a poco más de la mitad de los adultos, informó la OMS. El 26 de mayo el número de muertos ascendía a 1.281, de los cuales al menos 541 eran menores de 18 años. En el centro de Butembo, pequeños ataúdes envueltos en plástico con estampado de flores se apilaban frente a una carpintería. Un empleado lamentaba la frecuencia de las órdenes.