La turbulencia de 2019 se ha acentuado en este nuevo año, especialmente en Medio Oriente. Por órdenes del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, realizó un bombardeo en Irak con el objetivo de eliminar a Qasem Soleimani, comandante de las fuerzas de élite Quds de Irán, y el segundo hombre más fuerte -en política exterior- del régimen chiita, solo después del ayatolá Alí Khamenei, al que le reportaba directamente.
Antes de hablar de las consecuencias geopolíticas y en el mercado energético global, es necesario hablar un poco del general Soleimani para entender la gravedad de este hecho sin precedentes.
El general Soleimani tomó notoriedad desde los años 80 en la guerra Irán-Irak y desde 2002 es el comandante en jefe de las fuerzas Quds, que operan más allá de las fronteras iraníes.
La fuerza Qud, aunque formalmente es parte del Cuerpo de Guardias Revolucionarias (el aparato de seguridad iraní, que incluye a todas las fuerzas militares), no tiene paralelo dentro de Irán. El propósito formal de esta fuerza de élite es proteger a la Revolución (la islámica, producto de la caída del Sha en 1979). Sin embargo, su mandato se ha reinterpretado como la exportación de las metas de la Revolución a otras latitudes del mundo islámico.
En específico, como comandante en jefe de las fuerzas Quds, Soleimani planeo, financió y diseño operaciones clandestinas en Irak, Siria (donde reforzó las posiciones del presidente Bashar al Asad con logística y armamento en contra de los rebeldes y del Estado Islámico – ISIS), Yemen (con apoyo logístico de misiles a los rebeldes hutíes que libran una guerra con Arabia Saudí), Líbano y Palestina (con financiamiento a los grupos terroristas de Hezbollah y Hamas), además de asesinatos y otras operaciones de desestabilización en lugares como Argentina, Alemania, la India y los propios Estados Unidos.
Decir que el General Soleimani era solo un terrorista es inexacto, pues su posición dentro del aparato de seguridad iraní lo coloca al nivel de un vicepresidente, que ejecutaba al margen de la política interna y solo reportando al líder máximo, el ayatola Khamenei.
Cabe atajar que Soleimani no estaba en posición de reclamar el liderazgo máximo iraní a pesar de su gran poder, ya que la línea sucesoria es más por el lado eclesiástico-religioso, lo que lo inhabilitaba de dicha aspiración.
Con estos antecedentes, la pregunta más inmediata es acerca de la respuesta iraní a la muerte de Soleimani.
¿Una guerra inmediata?
La historia de las últimas décadas indica que Irán no se comporta como un régimen suicida, con lo que una confrontación abierta con EU y sus aliados en la región no aparece como una opción realista.
Lo más probable es que se vean diferentes actos de terrorismo en diversos escenarios con presencia iraní, que puede ser desde asesinato de personajes clave (políticos, militares, diplomáticos), ciberterrorismo, en general acciones de baja intensidad pero alto impacto.
Un elemento que complica el análisis es EU y su mercurial presidente, que jamás había enfrentado una crisis de esta magnitud con un staff tan disminuido en el Departamento de Estado y las demás agencias gubernamentales.
Tampoco ayuda la alineación que ha hecho el presidente Trump con varios de sus aliados históricos, por lo que la respuesta a cualquier retaliación iraní es impredecible.
Con respecto al mundo de la energía, acciones como el cierre del Estrecho de Ormuz, por donde transita el 20% del petróleo mundial, parecen improbables por la presencia de la Quinta Flota norteamericana, que asegurará que las líneas marítimas continúen abiertas.
En todo caso, no puede descartarse acciones terroristas o de piratería a barcos no solo en el Golfo Pérsico, sino en África y el subcontinente indio.
Después del bombardeo y la confirmación de la muerte de Soleimani, el precio internacional del petróleo había subido 4% por la incertidumbre y volatilidad en la región.
¿Y los precios del petróleo?
Sin embargo, si la historia reciente sirve de referencia, en el ataque con misiles (presuntamente llevado a cabo por Irán) a la refinería de Abqaiq en Arabia Saudita en septiembre de 2019, los precios se elevaron 20%. De igual forma, cabe recordar que las sanciones económicas a Irán -que incluyen la exportación reducida de petróleo- siguen en pie, con lo que no se prevé una afectación mayor al mercado petrolero regional y mundial.
Lo más probable es que se vea un aumento en el precio internacional del petróleo en el corto plazo, regresando a su tendencia a la baja dentro de un plazo relativamente corto, esperando obviamente el tipo y magnitud de la respuesta iraní a uno de sus principales liderazgos de su aparato de seguridad.
Para México, las consecuencias son pocas, pero no menores: un precio del petróleo más alto en el primer trimestre de 2020 que implica aumentos en los ingresos petroleros, contrarrestados por una mayor presión en el IEPS de gasolinas y diésel.
Por otro lado, la incertidumbre y volatilidad global puede contribuir a un ritmo de crecimiento mundial menor al esperado, con lo que las exportaciones mexicanas pueden ser menores a las esperadas, al igual que un menor flujo de inversión extranjera que se volcarían a valores refugio como el oro.
* Director General de GMEC, consultoría especializada en energía.
@GMonroyEnergy