PARIS, Francia – Las sucesivas desapariciones de la famosísima actriz Fan Bing Bing y del presidente de Interpol, Meng Hongwei, parecen indicar una intensificación de la campaña lanzada por el gobierno chino contra la corrupción, el fraude y el enriquecimiento ilícito.
El mayor problema no reside en saber si esa ofensiva persigue solo un objetivo moralizador de la sociedad o marca una escalada en la estrategia de represión de la disidencia política. En Occidente, la mayoría de los sinólogos se inclina más por esta segunda hipótesis.
“Se trata de una batalla en dos frentes: hay 40% de lucha contra la corrupción y 60% de purga política”, estima Minxin Pei, profesor de ciencias políticas en el Claremont McKenna College, de California, y autor de China’s Crony Capitalism (“El capitalismo de los compinches”).
En los primeros cinco meses de este año, según estadísticas oficiales, la comisión de disciplina, máximo órgano antifraude del Partido Comunista Chino (PCCh), sancionó a 19.900 funcionarios por violar las reglas de austeridad en 14.012 casos. La campaña destinada a combatir “a las moscas y los tigres” —es decir a todos los niveles de la sociedad— fue lanzada por el actual presidente Xi Jinping inmediatamente después de su elección, en 2012. En seis años se tradujo en la sanción de 14 altos jerarcas del régimen y de 1,34 millones de funcionarios.
La ofensiva había comenzado, en realidad, mucho antes de la llegada de Xi al poder. La primera víctima fue Bo Xilai encarcelado en 2012 por diversos delitos financieros y criminales. Entre otros cargos, la justicia china lo acusó de complicidad en el asesinato del empresario británico, Neil Heywood, perpetrado por su esposa Gu Kailai.
Debido a ese episodio, Bo quedó eliminado de la despiadada lucha para suceder a Hu Jintao, una batalla política que finalmente ganó Xi Jinping. La lucha contra la corrupción sirvió como pantalla para ocultar una despiadada lucha por el poder entre facciones rivales del PCCh.
Tres años después, en 2015, cayó de su pedestal otro gigante político del establishment: Zhu Yongkang, que —hasta su detención en 2012— había sido el más alto responsable del aparato policial y de espionaje de la segunda potencia económica planetaria. Zhu, aliado de Bo Xilai, fue condenado por abuso de poder, espionaje y corrupción, pero el objetivo real del gobierno era desarmar el aparato policial y de espionaje que Zhu había transformado en “un Estado dentro del Estado”. Su derrumbe arrastró a todo un grupo de dirigentes, acusados de conspirar contra Xi Jinping, explicó Joseph Cheng, profesor de ciencias políticas en la City University de Hongkong.
Un año más tarde fue el turno de Ling Jihua, brazo derecho del ex presidente Hu Jintao. En un intento desesperado por salvar su cabeza, escribió un artículo en Qiushi (“Buscar la verdad”), la revista teórica del PCCh, en el cual citaba 16 veces a Xi Jinping. Pocos días después, el subjefe de redacción de ese periódico fue hallado colgando de una cuerda en el parking de su redacción. La revista Caixin afirmó que ese periodista sufría una profunda depresión provocada por las « luchas internas dentro del PCCh” y el creciente poder acumulado por el ala más conservadora del régimen.
El millonario inmobiliario Guo Wengui, de 51 años, instalado en Estados Unidos es uno de los principales enemigos que Pekín busca silenciar por sus frecuentes revelaciones explosivas sobre la corrupción de la cúpula del poder.
Otro indicio del régimen para mostrar su determinación fue la detención de la actriz Fan Bing Bing, de 37 años, que se había convertido en una estrella de Hollywood. Después de una desaparición de dos meses, la megastar reapareció el 3 de octubre y se excusó a través de Weibo —principal red social china— por haber cometido fraude fiscal, delito por el que fue condenada a pagar el equivalente de 70 millones de dólares. En ese caso, el mensaje fue más ambiguo porque, hasta ahora, se ignora si su encarcelamiento encierra también alguna razón política.
En el caso de Meng, numerosos funcionarios de Interpol están convencidos de que su misteriosa desaparición tiene una explicación política evidente. Es inimaginable que, en circunstancias normales, un Estado —por arbitrario que sea— asuma el riesgo de “retener” al principal responsable de una organización internacional. Su caso puede servir para poner en evidencia cuáles son los torbellinos que están conmoviendo los cimientos del poder chino.
La caída de gigantes políticos
En 2015 cayó de su pedestal otro gigante político del establishment : Zhu Yongkang, que (hasta su detención en 2012) fue el más alto responsable del aparato policial y de espionaje de la segunda potencia económica mundial.
Zhu, aliado de Bo Xilai, fue condenado por abuso de poder, espionaje y corrupción, pero el objetivo real del gobierno era desarmar el aparato policial y espionaje que se había transformado en un "Estado dentro del Estado".
Un año más tarde fue el turno de Ling Jihua, brazo derecho del expresidente Hu Jintao. En un intento desesperado por salvar su cabeza, escribió un artículo en Qiushi(“Buscar la verdad”), la revista teórica del PCCh, en el cual citaba 16 veces a Xi Jinping. Pocos días después, el subjefe de redacción del periódico fue hallado colgando en el estacionamiento de su redacción.
El millonario inmobiliario Guo Wengui, de 51 años, instalado en EU es uno de los principales enemigos que Pekín busca silenciar por sus frecuentes revelaciones explosivas sobre la corrupción de la cúpula del poder.