ROMA. Lo que se registra en el gobierno italiano representa un caso único en el panorama político internacional. Un primer ministro, Giuseppe Conte, cuya tarea es prácticamente la de mediador y aplicar las indicaciones, por no decir órdenes, de los verdaderos comandantes del ejecutivo, Matteo Salvini, líder de la “Liga”, y Luigi Di Maio, número uno del “Movimiento 5 Estrellas” (M5E), los cuales a su vez están involucrados en un duelo recíproco, criticando puntualmente las propuestas del aliado.
Al parecer, lo único que los tiene unidos es el poder que les dio el electorado hace un año, el 4 de marzo de 2018. La pregunta es hasta cuándo el país resistirá una situación semejante.
Una situación absolutamente inusual para quien ha sido llamado a gobernar pero que, como en este caso, permite a la oposición evidenciar la creciente incertidumbre de frente a los numerosos problemas del país, con la frágil economía, la recesión a un paso y un crecimiento inferior al previsto en un país prácticamente paralizado. En este contexto, tanto el Fondo Monetario Internacional y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo, pronostican un crecimiento para 2019 alrededor del cero (o sea 0.1 y -0.2%).
El actual gobierno populista de Italia, que tomó posesión el 1 de junio de 2018 al cabo de una difícil negociación que dio a la luz una unión casi forzada, no sólo debe defenderse de los cotidianos ataques de la oposición y a nivel mediático a nivel local e internacional, sino que ahora cada uno debe lidiar con el propio socio en el ejecutivo.