Las comunidades que sufrieron las inundaciones la semana pasada se encuentran ahora luchando con tórridas temperaturas de verano muy por encima de los 30 grados centígrados, mientras se amontona basura de olor nauseabundo en unas calles salpicadas de barro.
“Necesitamos recuperar el suministro de agua”, dijo Hiroshi Oka, un vecino de 40 años que estaba ayudando a limpiar el distrito de Mabi en una de las zonas más afectadas, la ciudad de Kurashiki, donde más de 200.000 familias llevan sin agua una semana.
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“Lo que estamos consiguiendo es un fino chorro de agua, y no podemos tirar de la cisterna en los inodoros o lavarnos las manos”, agregó, hablando junto a un tanque de plástico de 20 litros parcialmente lleno después de casi cuatro horas de espera.
Se ha restablecido el agua en algunas partes del distrito, dijo a Reuters un responsable de la ciudad, pero no sabía cuándo se recuperaría la normalidad, ya que los ingenieros estaban tratando de localizar las tuberías afectadas.
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Más de 70.000 militares, policías y bomberos han sido desplegados para ayudar con las consecuencias de las inundaciones. Las cifras gubernamentales hablan de 204 muertos y docenas de desaparecidos.
Grandes montones de esteras de tatami, sillas y estanterías eran visibles por todo Mabi. El olor a gasolina derramada, mezclado con un olor agrio de barro y escombros, llenaba el aire.
El clima ha incrementado la preocupación de que los vecinos, muchos de ellos aún en centros de evacuación temporales, puedan sufrir un golpe de calor o enfermedades ante el deterioro de los niveles de higiene.