Apostar perennemente por el miedo y la violencia no cobra sentido en una sociedad civil en ebullición, vibrante y con necesidades cambiantes. Pareciera que el actual inquilino de la Casa Blanca creyó poder hacer dos campañas presidenciales al precio de una, repitiendo el esquema que hace cuatro años le permitió salir victorioso pero que hoy lo mantiene desconectado de un electorado cuyos problemas y requerimientos no encuentran eco en el republicano.
La fotografía de la clase obrera a la que pretende dirigirse Donald Trump, integrada por hombres blancos, de gorra, que llegan a hogares donde los esperan esposas abnegadas al cuidado de los hijos, no coincide con la actual en la que esa clase obrera, ante la falta de empleo, ha emigrado a los suburbios para cambiar la gorra por uniforme, empleándose en el sector servicios y constituyéndose en su mayoría por mujeres afroestadounidenses.
Esa guerra cultural en la que Trump pretendió separar a la gente y decirle lo que debía pensar, temer y rechazar tiene poca eficacia en una sociedad cada vez más mestiza y víctima de cuatro años de polarización, desgobierno e intromisión de la política en múltiples aspectos de su vida diaria.
Trump es culpable de la sobreexplotación durante 200 semanas seguidas de su imagen al no dar un solo respiroa la ciudadanía y permitirle enfocarse en otros temas que no fuera su gobierno y sus errores.
Hoy, el electorado estadounidense ha cobrado mayor conciencia de la importancia de su voto y de ejercerlo en favor de personas capaces, clínicamente sanas y respetuosas de la ley y de la ciencia. Características opuestas, todas ellas, a la maltrecha personalidad de quien ha sido descubierto que evadió el pago de impuestos durante 10 años.
“Joe no es perfecto, pero tenemos que estar unidos… con él vamos a tener más oportunidades”, opina Marylin Lavalle, afroestadounidense de 64 años, que habita en Wisconsin y que forma parte del electorado movilizado por BLOC (Black Leaders Organizing Communities), una organización no gubernamental surgida de las duras lecciones que dejó la falta de promoción del voto en 2016 y que permitió la llegada de Donald Trump.
Un católico a la presidencia, una bautista con raíces hindúes a la vicepresidencia y candidatas latinas y afroestadounidenses al Capitolio son parte del enorme mosaico plural que está postulando el Partido Demócrata, defendiendo de esta manera la ideología del igualitarismo.
Y parece estar haciendo clic con el electorado: “Un voto por Joe Biden no es un voto a él como persona, sino hacia lo que representa. Aunque no te guste mucho el candidato, hay que votar por los temas y los valores, más que por las personas”, opina Ari Kohn, estudiante universitaria del estado de Michigan que a su vez forma parte del electorado juvenil y que, al igual que en la elección de Barack Obama en el año 2008, volverá a hacer historia por récord de participación. “No me puedo imaginar el futuro del país si no hay un cambio”, añade la estudiante de Relaciones Internacionales.
Así el estado del arte, la nostalgia reaccionaria de Donald Trump va restando sus adeptos ante un electorado que busca nuevas respuestas y nuevos caminos, no más de lo mismo. Ésa es la magnitud del reto que enfrentará el Partido Demócrata.