La situación de Julian Assange se agravó a partir de 2017, después que Lenín Moreno reemplazó a Rafael Correa en el poder de Ecuador.
Los abogados de Assange aseguraron que, por orden de Moreno, la embajada le cortó su acceso a internet con el pretexto de que había jaqueado el server de la misión diplomática para espiar los mensajes y además se dedicaba a insultar al presidente. La pérdida de internet interrumpió el único contacto que tenía el fundador de WikiLeaks con el exterior a través de WhatsApp.
Los diplomáticos también amenazaron con expulsar a su gato, su único compañero de cautiverio, por “falta de cuidados, de higiene, ruidoso y no darle alimentación”. Por temor a esas represalias, Assange pidió a sus abogados que se llevaran el gato para cuidarlo.
Al final, cuando le prohibieron todas esas prácticas, Assange comenzó a sentir que estaba sometido a un sistema de espionaje y, al parecer, instaló una cámara secreta para observar todos los movimientos en torno de la embajada.
En cierto sentido, salir de ese círculo infernal que lo estaba consumiendo física y psicológicamente puede constituir una oportunidad para evitar sumergirse en un agujero negro sin retorno.