PARÍS, Francia. La primera ministra Theresa May demostró ayer que no tiene nuevas ideas, ningún margen de maniobra ni tampoco puede contar con la confianza del Parlamento para evitar un auténtico salto al vacío cuando Gran Bretaña tenga que abandonar la Unión Europea (UE) el 29 de marzo próximo.
El “Plan B” que presentó al Parlamento es, en definitiva, casi idéntico al “Plan A” que había sido rechazado el martes 15 por el Parlamento por una abrumadora mayoría de 432 votos en contra y 202 a favor. Ese texto sin imaginación no introduce ninguna alternativa capaz de sacar a Gran Bretaña de la mayor crisis institucional que conoció el país desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
“El gobierno no ha tomado la medida de esa derrota. Su acuerdo no es aplicable. La primera ministra debe hacer frente a las realidades”, bramó el líder de la oposición laborista Jeremy Corbyn.
Theresa May se limitó a descartar la posibilidad de un Brexit desordenado (“no deal”), un aplazamiento de la ruptura definitiva con la UE o la convocatoria de un nuevo referéndum.
“Un segundo referéndum destruiría la confianza (de la sociedad) en la política y minaría la cohesión social”, estimó.
Una de las pocas novedades consistió en anunciar ante la Cámara de los Comunes que regresará a Bruselas para volver a discutir el explosivo tema de la frontera entre las dos Irlandas. Ese esfuerzo, sin embargo, parece condenado al fracaso porque las autoridades de Bruselas reiteran desde hace días que ese punto crucial del acuerdo de separación entre el Reino Unido y la UE “no es negociable”. Por diferentes razones, la idea tampoco es aceptable para la República de Irlanda y para el DUP, el partido unionista de la provincia británica de Irlanda del Norte (Ulster).
Todas las partes son hostiles al backstop (red de seguridad) pensada para evitar el restablecimiento de una frontera física entre las dos Irlandas después del Brexit.
El viaje a Bruselas en esas condiciones corre el riesgo de convertirse en un simple gesto político destinado al consumo de la opinión pública para demostrar que no baja los brazos ante la adversidad.
Después de escuchar la intervención de Theresa May en la Cámara de los Comunes, el jefe del equipo negociador de la UE, Michel Barnier, estimó que “ahora los dirigentes británicos deben construir una mayoría estable y positiva para un acuerdo”. Eso significa que Bruselas espera -sin muchas esperanzas- la presentación de nuevas ideas, pero no es optimista sobre la posibilidad de desbloquear la situación.
La única novedad de su “Plan B” consistió en anunciar la supresión del impuesto de 65 libras (75 euros) que debían pagar los ciudadanos europeos para obtener el status de residente. La medida constituye un signo de apaciguamiento en relación a los 3.5 millones de expatriados que viven en el país, pero representa apenas una gota de agua en medio de la tormenta oceánica que azota a Gran Bretaña y -por lo tanto- sólo suscitó los sarcasmos de varios diputados de la oposición.
En principio, el Parlamento debe votar el “Plan B” el martes 29 de enero, exactamente dos meses antes de la fecha prevista para la salida de Gran Bretaña de la UE después de 45 años de vida en común.
A 65 días de la fecha fatídica del 29 de marzo, algunos diputados comienzan a pensar que la única estrategia de May consiste en ganar tiempo para que los diputados terminen aceptando el acuerdo que rechazaron hace una semana.
Otros dirigentes -de ambos partidoscreen que Theresa May ha perdido totalmente el control sobre el Brexit y siguen avanzando en el complot que permitiría al Parlamento arrebatarle la conducción del proceso para evitar un “no deal” que provocaría una salida desordenada de la UE.
Ese hecho dejaría abiertas todas las hipótesis, desde negociar una prolongación del plazo en que debe entrar en vigencia el Brexit hasta pedir la suspensión del Artículo 50 del Tratado de Lisboa, dejando sin efecto el pedido de abandonar la UE. Esa situación facilitaría la convocatoria de un segundo referéndum y eventualmente el llamado a nuevas elecciones generales.
A tal punto la situación parece inestable que hasta los partidarios más duros del Brexit han comenzado a moderar sus posiciones para impedir que el Parlamento tome el control de las operaciones.
“Incluso el plan de May sería preferible a no salir de Europa”, concedió Jacob Rees-Mogg, líder del ala más euroescéptica del Partido Conservador.