Ocean Drive está más tranquila que nunca. La calle emblemática de Miami Beach (Florida), con sus edificios art déco, reggaetón estruendoso y visitantes ligeros de ropa, apenas se reconoce este fin de semana de marzo tras las medidas del municipio para poner fin al Spring Break.
Esas vacaciones de primavera, que llevan cada año a miles de jóvenes estadounidenses al sur de Florida, suelen traer días de diversión y descontrol a la ciudad; pero este año no es tan así.
Al atardecer apenas huele a marihuana, no hay chicos deteniendo el tráfico con sus bailes en medio de la calle, y el paseo marítimo está lejos de ser la discoteca al aire libre en que se convierte de costumbre.
Cansadas por los excesos de estas fechas, las autoridades han hecho todo lo posible por evitar episodios como los tiroteos que dejaron dos muertos el año pasado en South Beach, su barrio más turístico.
Para ello, han desplegado numerosos policías por el barrio, aumentado los controles de alcoholemia y cerrado todos los aparcamientos de la zona, salvo uno, que cuesta 100 dólares durante los fines de semana en que más visitantes se esperan. Los bares y restaurantes no pueden abrir sus terrazas en las aceras, y las tiendas que venden alcohol deben cerrar a las 20:00.
En un anuncio compartido en redes sociales, el municipio deja clara su intención. "Necesitamos hablar", dice una chica al inicio del video, antes de que otros jóvenes se unan a la conversación.
"Nuestra idea de un buen momento es relajarnos en la playa, ir al spa o visitar un nuevo restaurante. Tú solo quieres emborracharte en público e ignorar las leyes (...) Así que rompemos contigo", añaden.
Descontento
Shannon Mckinney se acaba de enterar de esos cambios y está indignada. Las autoridades acaban de negarle el acceso a la playa, que cierra ahora a las 18:00, cuatro horas antes de lo habitual.
"Es bastante loco porque sólo queremos divertirnos. No hemos venido a promover la violencia. Hicimos un viaje largo y gastamos dinero", lamenta esta estudiante de Nueva Orleans, que vino a Miami con su hermana y unas amigas.
A pocos metros de ahí, Conae Rhodes, una joven de Virginia, se muestra más comprensiva con las nuevas normas. "Puedo entender por qué actúan así. Siempre hay gente que no sabe comportarse o que bebe demasiado", dice esta mujer de 25 años.
El plan del Ayuntamiento tampoco suscita unanimidad entre los habitantes de Miami Beach.
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Joel Hernández entiende la necesidad de mejorar la seguridad. En los últimos años ha visto cómo la situación empeoraba durante el Spring Break, un deterioro que atribuye más a delincuentes que a los estudiantes. Pero este músico de 54 años considera "excesivas" las medidas impuestas.
"Para mí, que vivo a unas cuadras del centro, esto es muy complicado. Parece que estemos entrando en una zona de guerra, con todo cerrado. Y al final uno no se siente seguro, al revés, uno está más temeroso de que vaya a pasar algo", dice.
A una cuadra de Ocean Drive, frente al restaurante cubano que regenta, Janet Alvarado critica por su parte el daño económico de estas normas. "Ahora lo que tenemos es una seguridad enorme, pero no tenemos clientes", dice. "Se les pasó la mano con los comercios pequeños como nosotros que estamos tratando de pagar una renta".
Para Hernández está en juego parte del encanto de Miami, esa imagen de lugar desenfadado donde olvidarse un poco del día a día. "Es muy triste lo que está pasando. Ojalá en los próximos años haya un poco de desahogo en esas restricciones", espera.