Tras una sufrida victoria ante el trumpismo hace un año, la presidencia de Joe Biden en EU comenzó como una promesa para desterrar de una buena vez el extremismo ideológico y la parálisis política en pos de la unidad nacional. Hoy, enfrentado a realidades incómodas, es una muestra de las dificultades que acompañan al ejercicio del poder en tiempos de incertidumbres y cambios rápidos.
Esta semana se cumplió un año de la nueva administración demócrata en la Casa Blanca, y las contadas victorias que se le pueden agenciar han venido acompañadas de sinsabores importantes.
Si bien la agresiva campaña de vacunación ha logrado colocar protección contra la pandemia al alcance de cualquiera en un país de 329 millones de personas, la explosión de casos asociados a la variante Ómicron demuestra la incapacidad gubernamental para "derrotar" al virus como se lo propuso literalmente cuando recibió al país en enero del 2021.
Poco a poco Biden ha tenido que ceder ante la idea de que el Covid-19 no irá a ningún lado y menos en una nación tan abierta al mundo como lo es EU, lo que implica dejar de lado su planteamiento inicial de erradicar del todo la enfermedad de la mano de confinamiento y vacunación obligada.
En el frente económico, el desempleo en EU se colocaba este diciembre en apenas 3.9% cuando el año previo rozaba el 7%, al tiempo que se espera la economía haya cerrado con un crecimiento de al menos 5%. Sin embargo, una inflación que supera ya el 7%, así como severas complicaciones en la red global de abasto, amenazan con dinamitar los buenos datos para la clase trabajadora.
En lo político, los demócratas han tenido que tragarse los sapos que les ha propinado la desastrosa salida y derrota en Afganistán, el encontronazo con una envalentonada Rusia por sus agresiones en Ucrania y, más recientemente, el revés de la Suprema Corte de Justicia la cual bloqueó la intención de la Casa Blanca de hacer obligatoria la vacunación anticovid en los lugares de trabajo.
De acuerdo con la casa encuestadora Gallup, en este contexto la aprobación presidencial de Biden en el último año ha pasado del 57% al 43%, mientras que el porcentaje de estadounidenses que se inclinan en sus preferencias por el Partido Demócrata pasó del 49% al 42%, prioritariamente debido a una pérdida de confianza entre los independientes, quienes representan la gran mayoría del electorado.
Es este escenario el que ha permitido a Donald Trump reptar fuera de los pantanos de su club de golf en Florida para organizar un rally en Arizona y apoyar a una expresentadora de televisión que busca la gubernatura, demostrando así que aún buena parte del republicanismo está dispuesto a doblar su compás moral en favor de lo peor del conservadurismo con tal de ostentar el poder.
Tan grave está la cosa que existen ya opiniones pidiendo a Joe Biden bajarse de una vez de la carrera para la elección presidencial del 2024, a la que llegaría con 82 años, y dejar que otros nombres demócratas vayan construyendo sus bases.
Esto no es resultado de una oposición unificada y coherente. Más bien la presidencia de Biden es vista hasta el momento como una que, a pesar de sus buenas voluntades, no ha logrado establecer los cambios radicales en materia de política interna y económica que el país necesita para evitar el retorno del ultraconservadurismo a lo más alto de estatus quo.
Y es que esta Casa Blanca no ha podido colocar consistentemente entre sus votantes un discurso de optimismo por el futuro, cambio, triunfo o progreso en temas cercanos a casa como sí hizo la de Donald Trump, aunque todo fuese una mentira o hipérbole de la realidad.
El relato de Joe Biden en su primer año como presidente es uno que confirma que en política los mensajes aún importan, a veces más que los resultados.