Hasta hace poco nadie se atrevía a decirlo, pero finalmente Joe Biden, presidente de Estados Unidos, lo dijo: estamos al final de la pandemia de Covid-19.
Los casos han caído drásticamente, o más bien los registros fiables de estos, así como las muertes asociadas. Las congregaciones masivas han regresado, los cubrebocas al aire libre una excepción y sólo un puñado de países mantienen el confinamiento recomendado.
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Pasada la crisis sanitaria, el mundo se encuentra enfrentando una crisis quizá más grave: el agotamiento del modelo democrático.
Y es que las democracias en el mundo van en declive.
De acuerdo con datos del Instituto V-DEM de Suecia, encaminado a medir el progreso democrático en el mundo, el número de naciones con un modelo político de representación popular ha caído, mientras que las autocracias han aumentado.
Cada caso nacional es único, pero este cambio general se debe a la reducción de derechos y la calidad electoral durante transiciones gubernamentales. Rusia, Ucrania, China o El Salvador son ejemplos de que los sistemas democráticos no son algo escrito en piedra.
"La democracia está en declive, independientemente de cómo la midamos, ya sea que observemos grandes cambios en el número de democracias y las personas que viven en ellas; a pequeños cambios en el alcance de los derechos democráticos; o en cambios medianos en el número de personas que viven en países que se están autocratizando", escribió con motivo de estas tendencias Bastian Herre, investigador para la Universidad de Oxford.
En el famoso libro de 2018 Cómo las democracias mueren, los profesores de Harvard Steven Levitsky and Daniel Ziblatt explicaron el fenómeno asignando la culpa no a golpes militares o extranacionales, sino a las acciones de líderes elegidos democráticamente.
Para los autores, las antesalas de la muerte democrática son el rechazo de las instituciones democráticas, la negación de la legitimidad de la oposición política, la tolerancia de la violencia, y el acortamiento de las libertades civiles.
Como puede darse cuenta, Levitsky y Ziblatt escribieron un manual para el autoritario en el mundo post-pandemia en el que las autonomías fueron recortadas por un autoritarismo gubernamental, haya sido bien intencionado o no.
No es casual que el régimen de Donald Trump en Estados Unidos haya encarnado estas cuatro características. Tampoco es casual que Biden se haya apresurado para determinar el fin de la pandemia. El demócrata tiene el tiempo encima para enfrentar un problema aún más grave.
Recientemente el escritor y ganador del Pulitzer, David Leonhardt, escribió para The New York Times un ensayo al que llamó "Se viene una crisis: Las amenazas gemelas para la democracia americana".
En él, Leonhardt describe en el centro de la crisis democrática que acaece en Estados Unidos a un sistema electoral, así como políticas públicas, que ya no representan a las mayorías.
En Estados Unidos se padece de un andamiaje político-electoral que ha facilitado al conservadurismo radical gobernar desde la minoría. La reciente disolución de la protección al aborto a nivel federal, pese a una mayoría que la aprobaba, es testimonio de ello.
En tanto, el liberalismo asentado en las grandes ciudades se ha atrincherado en radicalismos que niegan la posibilidad de todo debate con las partes más tradicionales y empobrecidas del Estados Unidos rural. La cultura de la cancelación contra todo lo no liberal, por ejemplo.
A esto se suma el gran problema de oficiales electos o líderes partidistas negando resultados electorales que no les favorecen y un partido Republicano que no condena tales actitudes.
Es inevitable revisar dónde estamos de este lado. A más de medio sexenio se puede hacer un corte de caja.
De las cuatro características antidemocráticas descritas por Levitsky y Ziblatt se le pueden asignar al menos un par en alguna medida a la Cuarta Transformación, pero esa es materia de la cual hablaremos en la siguiente ocasión.