Tras de años de mentir diariamente y dinamitar todo lo que se considera decente, Twitter y Facebook por fin decidieron ponerle fin a las cuentas de Donald Trump, luego de que éste incitara el ataque de una turba insurrecta sobre el Capitolio de Estados Unidos.
La decisión de ambas redes sociales es el último capítulo en el debate sobre qué tanto poder deben tener las empresas tecnológicas sobre la discusión pública.
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La negativa, especialmente de Twitter, para seguir manteniendo el púlpito de Trump es una decisión de profundo impacto para el magnate, pues desde éste decidió hacer gobierno y construir el culto alrededor de su persona.
Sin embargo, estos bloqueos unipersonales inciden directamente en la manera que se está entendiendo el ecosistema de comunicación de masas en todo el mundo por la relevancia de las redes sociales en la Era de la Información, en la que posteamos y luego existimos.
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En una lectura simplona de la ley, Twitter no puede negarle al magnate su cuenta pues atenta contra su libertad de expresión, como una heladería no puede negarle la venta a una pareja gay.
Sin embargo, el caso de Twitter y Trump tiene connotaciones únicas que abonan para complicar la discusión aún más.
El "deber ser" respalda a ambas redes sociales. No existen libertades absolutas, la ley debe establecer límites para lo que las personas pueden hacer con el fin de salvaguardar el derecho de los otros. El derecho de Trump de twitear estupideces está limitado por el derecho a la vida y el respeto de sus opositores.
Asimismo, al mentir y azuzar, Donald Trump violó tácitamente los términos de uso de ambas redes sociales, entes privados con derecho a establecer parámetros para la conducta de sus usuarios.
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Si Twitter no había cancelado antes la cuenta del magnate fue por una política que según la empresa emplea con personalidades públicas en la que decide darles espacio por la relevancia de sus comentarios. A días de dejar la presidencia, simplemente Trump perdió su fuero para comportarse como un imbécil.
Es así que más allá de ser un problema moral o legal, la cancelación de Trump en las redes sociales es una falla de mercado.
Twitter tiene la capacidad de acallar al presidente de Estados Unidos fundamentalmente debido a que tiene el monopolio mundial de la comunicación inmediata en 280 caracteres.
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Esta condición de megaregulador del debate mundial le aporta a la corporación un poder descomunal y como con todo poder absoluto devienen desequilibrios.
Basta que los titanes de la Internet se coordinen para que toda una parte de la opinión pública deje de existir en el ciberespacio, que como hemos visto es real y tiene implicaciones en la vida diaria de las personas. Hoy son los ultraderechistas, pero mañana podría ser cualquiera.
Las dominancias de Twitter, Google, Facebook y Amazon han permanecido intocadas por las leyes antimonopolio principalmente debido a que por su modelo gratuito no han incidido en un aumento de precios.
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La excandidata demócrata Elizabeth Warren reparó en este hecho y en campaña propuso comenzar a actualizar la regulación para proceder en una primera etapa a una desincorporación de las líneas de negocio de estos monopolios y más adelante revertir las compras masivas de empresas realizadas.
Dicho eso, es importante que esta actualización a la ley proteja el hecho de que la innovación, la inteligencia y el trabajo merecen ser premiados con el éxito monetario. Si estas empresas son monopolios es porque en un inicio éstas ofrecieron soluciones que nadie más había pensado.
Lo cierto es que aún no se descifra una solución idónea a estas complicaciones. Aquí es donde la disrupción de las empresas tecnológicas una vez más sobrepasa la capacidad de los gobiernos para comprender su alcance y legislar en consecuencia. El debate va para largo.
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