Sin dejar de ser tragedias, los tiroteos y matanzas de civiles inocentes en Estados Unidos causan una especie de fascinación vista desde el lado mexicano, tan acostumbrado a la violencia del crimen organizado.
Cuando sucede un tiroteo en Estados Unidos salimos la opinión publicada y el mexicano de a pie a sorprendernos de que en el país más poderoso del mundo, ahí donde se supone los sueños se hacen realidad, pistoleros vayan a escuelas y supermercados para asesinar niños.
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Detecto, existe, una especie de revanchismo en este lado del Río Bravo dentro de esa fascinación que causan los tiroteos estadounidenses. Luego de tiroteos recientes como los de Buffalo y Uvalde en más de una ocasión se ven comentarios del corte "esos gringos locos que se atreven a decir que México es violento".
Pero más allá de eso, es el contraste de nuestras realidades cotidianas las que han de generar este interés. Sin embargo, tanto tiroteos como la violencia criminal mexicana tienen vasos comunicantes.
A pesar de un comprobado apoyo popular por mayores regulaciones, la multimillonaria industria armamentista ha evitado durante años que leyes de sentido común sean una realidad federal en Estados Unidos, tales como la tenencia y compra de armas hasta los 21 años, chequeos de antecedentes exhaustivos y la regulación de armas de alto poder.
Las armeras en Estados Unidos velan prioritariamente por el libre acceso a sus productos cuales sean las consecuencias. Ese interés deviene en poner armas y rifles en las manos tanto de dementes estadounidenses como de sicarios mexicanos, siempre y cuando tengan el dinero para pagarlos.
En contraparte, el fenómeno de la narcoviolencia, incluso cuando salpica a ciudadanos inocentes, busca prioritariamente la supremacía de mercados, el envío de mensajes o venganzas.
Digo esto sin olvidar que en la larga noche de la Guerra Contra el Narcotráfico también ha habido víctimas sin ninguna conexión con lo arriba descrito; sin embargo, aquí la violencia del crimen organizado es un lenguaje y recurso que en la gran mayoría de casos responde a una lógica económica.
En ese sentido, los tiroteos y la violencia del narco son hijas de un capitalismo puro y duro en su peor versión.
Al razonamiento económico le siguen las raíces culturales que alimentan la fascinación en torno a la violencia.
La portación de armas en Estados Unidos comenzó como un principio de legítima defensa contra potenciales tiranías integrado incluso en su Constitución. Esto ha evolucionado en un impulso consumista, una obsesión por la autodefensa, y en el peor de los casos en un conspiracionismo que asegura el advenimiento de una segunda guerra civil para la cual se debe estar preparado.
En contraparte, luego del periodo revolucionario el poder político en México se aseguró que sólo los militares poseyeran armas. Aquí no se detecta una fascinación por las armas a pesar de un mercado negro de proporciones desconocidas. Tener pistolas y rifles permanece como tabú, es raro el civil sin nexos criminales que presumen su tenencia.
Lo que sí se ha hecho cultura popular en México es la veneración de las riquezas y privilegios que trae la vida criminal, aún cuando ésta signifique una existencia corta y hacerse de la vista gorda sobre la estela de violencia que deja tras de sí.
Se preguntaba el presidente Joe Biden luego de los recientes tiroteos "¿hasta cuándo vamos a estar dispuestos a vivir esta masacre?”.
El mandatario lo dijo ante la imposibilidad de la sociedad estadounidense de evitar de manera efectiva que desequilibrados mentales sean dueños de arsenales completos y que inocentes mueran.
La frase de Biden fácilmente la pudo haber dicho cualquier familiar de las miles de víctimas que han llenado los panteones de México durante los últimos 15 años de Guerra Contra el Narco.
¿Hasta cuándo nos vamos a empezar a hartar de tiroteos y narcos? Supongo que ese tiempo ya ha pasado para estadounidenses y mexicanos.