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Se acabó la Guerra Fría... Se acabó el dinero… Y ya había un ganador. ¿Qué más estaba en juego? La carta ya estaba tirada y nadie más volvería a sentir esa pasión por ver a dos competidores luchar por alcanzar una meta... Se había llegado al punto final: la Luna.
Por un lado, la sociedad perdió interés, pues ya no había competencia sino colaboración. Pero no hablamos del desinterés social, en realidad eso importaba poco a los gobiernos, el motivo real era económico. Volver a la Luna resultaba caro y dejaron de existir beneficios en generar. Por esta razón, por esa falta de recompensas tangibles, muchos gobiernos dieron la espalda a sus más febriles investigadores, quienes seguían ávidos de explorar el espacio.
Así surgieron 47 años de indiferencia y desmotivación, con algunos pequeños esbozos de misiones que sólo atraían al público nostálgico y uno de esos admiradores era Donald Trump, que durante su gobierno recogió de entre las cenizas los deseos de volver a la Luna, y así, en voz del entonces vicepresidente Mike Pence declararon la nueva carrera espacial.
Pero no fueron los únicos. China, India, Emiratos Árabes Unidos y varios miembros de la Unión Europea vieron el potencial de los recursos que ofrece la Luna. Pero las aspiraciones de exploración se extendieron a Marte.