Francia.- A menos que se produzca un milagro en la Cámara de los Comunes, la primera ministra británica Theresa May sufrirá hoy una derrota de históricas proporciones cuando los diputados rechacen por 423 votos en contra, solo 195 a favor y 19 abstenciones el acuerdo sobre Brexit que debe sancionar la separación definitiva entre el Reino Unido y la Unión Europea (UE) a partir del 29 de marzo próximo.
La derrota será histórica en la doble acepción del término. En primer lugar porque el divorcio con la UE después de 45 años de vida en común constituye —desde cualquier ángulo que se lo analice— el acontecimiento político y económico más trascendental en la historia británica desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En segundo término porque un revés por más de 200 votos significará la mayor derrota parlamentaria sufrida por un primer ministro desde que el laborista Ramsay MacDonald —que dirigía un gobierno minoritario— perdió una elección crucial en los Comunes por 166 votos en 1924.
May tuvo ayer una idea de las dimensiones que tendrá esa catástrofe cuando recibió la renuncia del vice líder del grupo parlamentario tory, Gareth Johnson, que era precisamente el hombre encargado de hacer respetar la disciplina de los diputados: al menos 109 parlamentarios conservadores votarán contra el texto de acuerdo negociado durante 17 meses por May con las autoridades de Bruselas (ver aparte).
La capitulación de Johnson significa que fue incapaz de impedir la implosión de los tories en esta votación histórica y, por lo tanto, de evitar una catástrofe política que pesará durante años sobre el Partido Conservador y el futuro del país.
En un esfuerzo desesperado por evitar un cataclismo, May apeló a los parlamentarios a “volver a reflexionar” sobre la importancia de la decisión que deberán adoptar hoy a partir de las 19.00 GMT (13.00 tiempo de México). Sobre un total de 650 escaños, se calcula que 638 asistirán a esa sesión crucial para pronunciarse sobre un proyecto de tratado internacional de 585 páginas, tres protocolos (que conciernen el futuro de Irlanda, Chipre y Gibraltar) y múltiples anexos.
La primera ministra colocó el debate en una perspectiva histórica al decir que “en los futuros manuales […] la gente mirará la decisión de la Cámara de los Comunes y se preguntará: “¿Hemos respetado la decisión [del referéndum del 26 de junio de 2016] de abandonar la Unión Europea? ¿Hemos protegido nuestra economía o hemos abandonado al pueblo británico?”
En caso de rechazo, Theresa May tiene tres días para presentar un “plan B”, plazo que vence el 21 de enero.
La primera ministra espera poder anunciar pocos minutos antes de la votación alguna “concesión inesperada” de Bruselas que le permita alcanzar la mayoría. La jefa del gobierno piensa también que la UE, que hasta ahora se ha negado a reabrir las negociaciones, podría ser más sensible después de la votación y “proponer algo nuevo” a fin de evitar el caso de una salida sin acuerdo (no deal).
De lo contrario, el Reino Unido debe dejar la UE el 29 de marzo próximo, aunque podría solicitar una prolongación de los plazos. La variante más probable sería una extensión “técnica” más o menos hasta julio, para posibilitar un segundo voto del Parlamento. Por el contrario, si se produjera un hecho inesperado, como una elección general o un segundo referendo, la UE ampliaría los plazos, según fuentes de Bruselas.
La hipótesis de una contundente derrota parlamentaria, que hasta ahora representa la variante más verosímil, abriría una crisis institucional mayor en el país con múltiples opciones que van desde la renuncia de May, a la convocatoria de elecciones generales o un nuevo referéndum.
En la actual crisis británica, lo que ocurrirá en las próximas horas es impredecible y todo escenario que obliga a pensar en el futuro forma parte de un ejercicio más cercano de la adivinación que de la ciencia política.