PARÍS. Sin tiempo para admitir nuevas estrategias dilatorias, el Parlamento británico debe decidir esta semana si aprueba el acuerdo de ruptura entre el Reino Unido y la Unión Europea (UE), previsto para el 29 de marzo, si pide una prolongación de ese plazo o si opta por un “Brexit duro” o sin acuerdo (no deal).
En ese contexto, la próxima semana se presenta como el periodo más importante de la historia británica desde que terminó la Segunda Guerra Mundial.
El momento clave en ese calendario crucial es el 12 de marzo, fecha límite que tiene la primera ministra Theresa May para presentar en el Parlamento un hipotético nuevo acuerdo y someterlo a votación. Si ese nuevo texto vuelve a ser vetado por la Cámara, como ya ocurrió en enero, el 13 preguntará a los diputados si quieren romper con la UE sin acuerdo (no deal). Si se niegan, el 14 de marzo someterá a votación una moción sobre la posibilidad de pedir la extensión del Artículo 50 “por un periodo corto y limitado” del Tratado de Lisboa, que lanzó el proceso de salida de la UE hace dos años. Esa es la posibilidad que tiene mayores perspectivas de ser aprobada por los diputados, pero que -en la práctica- sólo significa la postergación del problema.
A 19 días del 29 de marzo, no quedan otras opciones posibles.
En un intento por obtener la aceptación del acuerdo negociado con la UE, la primera ministra Theresa May solicitó a los europeos “un último esfuerzo”. “Es el momento de actuar. Juntos hemos trabajado duro en los últimos años para alcanzar un acuerdo. Sólo necesitamos un esfuerzo suplementario para responder a las últimas inquietudes muy específicas de nuestro Parlamento”, proclamó May.
Al mismo tiempo, en un discurso cargado de intensidad durante una visita a una empresa del noreste de Inglaterra, advirtió a la Cámara de los Comunes que, si rechazan el Brexit, se abrirá una incertidumbre tan peligrosa como un abismo.
“La semana próxima los diputados estarán ante una decisión crucial en Westminster: apoyar el acuerdo sobre el Brexit o rechazarlo. Apóyenlo y el Reino Unido dejará la UE. Rechácenlo, y nadie sabe qué sucederá. Podríamos no dejar el bloque antes de muchos meses. Podríamos salir sin todas las protecciones que garantiza el acuerdo actual. También podríamos no dejar nunca la UE”, dijo.
Esa última frase enigmática repica aun en los oídos de los británicos, pues deja abierta la posibilidad de abandonar todo el complejo proceso del Brexit, iniciado hace más de dos años.
El 15 de enero, los diputados británicos habían rechazado masivamente un primer acuerdo. Desde entonces, May volvió a negociar con la UE, que sigue estudiando algunas propuestas formuladas por Londres, en particular para aportar modificaciones al punto más conflictivo del acuerdo original: el dispositivo del “backstop” o red de seguridad, pensado para evitar el retorno de una frontera física entre la República de Irlanda y la provincia británica del Ulster (Irlanda del Norte). El mismo, que debería entrar en vigor dos años después del Brexit si Londres y Bruselas no se ponen de acuerdo sobre la futura relación comercial, eriza a los partidarios de abandonar el bloque.
Los británicos temen quedar bloqueados indefinidamente en ese backstop que los obligaría a permanecer en la unión aduanera y, en consecuencia, privados de política comercial independiente.
Los otros 27 países del bloque se niegan a poner límites de tiempo o que Londres pueda liberarse unilateralmente del backstop, que consideran un seguro contra todo riesgo. Pero están abiertos a hacer concesiones de procedimiento, susceptibles de reforzar el compromiso jurídico de la UE de que esa red de seguridad sólo se utilizaría en forma temporaria.
Los negociadores convergen en la idea de agregar al contrato de divorcio un texto -de validez jurídica irreprochable- que contendría una promesa a Londres de que los europeos harán todo para negociar una futura relación satisfactoria con el Reino Unido, a partir del 29 de marzo. Esto permitiría a Londres hacer constatar la mala fe de la UE, llegado el caso.
May repite incansablemente que se opone a una postergación, que -en todo caso- nunca podría ir más allá de junio. En caso contrario, el Reino Unido estaría obligado a participar en las elecciones europeas de fines de mayo.
Es en esa tensa atmósfera que Europa aborda la última línea recta de la primera fractura de la UE que, con el tiempo, puede tener consecuencias históricas. Una salida sin acuerdo sería catastrófica para todo el mundo, pero sobre todo para el Reino Unido que, según todas las estimaciones, perdería entre 5 y 7 puntos de PIB, así como miles de empleos.
A pocas horas del momento de decisiones, nadie excluye la hipótesis de un fracaso de las negociaciones o una salida del Reino Unido sin acuerdo, pero tanto Bruselas como Londres se esfuerzan en mantener viva la hipótesis de una postergación del Brexit por tres o cuatro meses.