En el inicio de la década de 1960, la mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos creían a ciegas en su gobierno y en su infalibilidad, desde la revolución de independencia no habían conocido más que la victoria, y a eso estaban acostumbrados: las guerras contra las tribus indias, que prácticamente fueron exterminadas o confinadas; la guerra de secesión, las guerras contra México y España en el siglo XIX, así como las dos grandes conflagraciones mundiales.
El país emergió de la Primera Guerra Mundial como potencia, y la Segunda Guerra Mundial lo impulsó a la cima económica y militar. Todas sus intervenciones para apoyar a sus aliados con problemas en sus colonias, imponer regímenes que simpatizaran con sus intereses o impedir la agresión y expansión comunista, eran vistas como moralmente intachables y nobles al venir del principal defensor del mundo libre.
Entonces, ¿por qué Estados Unidos terminó empantanado en la más controvertida de sus guerras, y por qué hasta la fecha es una herida abierta entre la población y aún fuente de debate?
“La participación de Estados Unidos en Vietnam comenzó en secreto. Terminó, 30 años más tarde, en un fracaso, y el mundo fue testigo de ello”, advierte el gran Peter Coyote en el inicio del documental de Netflix La guerra de Vietnam.
Y sí, la caída de Saigón -capital de Vietnam del sur- el 30 de abril de 1975, el regreso de ese país que una década antes ningún estadounidense sabía de su existencia, fue, para miles de soldados y para toda la nación, tan traumático como la guerra misma, y ello trajo importantes consecuencias políticas y culturales.
BUENOS CONTRA MALOS
La mística del triunfo cohesionaba a Estados Unidos como nación. El miedo a la bomba atómica y la Guerra Fría fortalecieron esa precepción en los años 1950 y principios de los 60, mientras la bonanza económica y el culto al héroe de guerra mantenían a las familias fieles al “american way of life”, sin la necesidad de hacer preguntas a sus gobernantes.
Capitán América y G.I Joe, comics y juguetes de acción que luchaban primero contra las potencias del Eje y luego contra la amenaza roja, nacidos al calor de la segunda gran guerra y popularizados dos décadas más tarde, competían con la maquinaria de Hollywood para apuntalar el conflicto bipolar y la histeria anticomunista en la cultura de masas: los buenos (nosotros) contra los malos (ellos).
Los años 60, empero, implicaron una renovación generacional, la irrupción de una juventud educada que empezaba a reflexionar sobre las contradicciones de la sociedad estadounidense.
Parte de esos jóvenes, sin embargo, aún idolatraban a los hombres que lucharon contra los nazis y en Corea (1950-1953), ejemplos de patriotismo y amor por la libertad, así que esta generación también fue la que se enlistó en el Ejército pensando que la defensa de Vietnam del Sur significaba defender los valores americanos que debían ser universales. Este choque de mentalidades llevó la guerra al interior de Estados Unidos, desangrando aún más a su sociedad con los movimientos pacifista y por las libertades civiles.
En este contexto, la salida de Francia de su colonia en Indochina, tras su fracaso en derrotar el movimiento independentista liderado por Ho Chi Min, obligó a Estados Unidos a entrar en escena en 1955 como potencia sustituta, no para la liberación sino para continuar el colonialismo. El presidente Dwight D. Eisenhower, imbuido por la retórica de la guerra Fría, creía que ese territorio era la clave estratégica del sureste asiático: si caía, afirmaba, los países vecinos sucumbirían al comunismo como “fichas de dominó”.
Este fue el error que después repetirían John F. Kennedy, Lyndon F. Johnson y Richard Nixon, pensar que el comunismo se extendería tan fácilmente. Ocho millones de toneladas de bombas sobre Vietnam, Camboya y Laos el tiempo que duró el conflicto, tres millones de vidas, la mitad civiles, y la muerte de 50 mil soldados estadounidenses en la jungla -mil 700 siguen desaparecidos- costó ese error.
“No quiero entrar en una guerra y no veo manera de salir. He convocado a 600 mil muchachos, y los hago abandonar sus hogares y familias”, decía Johnson en sueños. Y sabía las consecuencias. Es la herida que sigue abierta en el alma estadounidense.
Estados Unidos y sus aliados occidentales se volvieron imperialistas, y el verano del 68 la oposición a la guerra de Vietnam sitió todas las fuentes de autoridad -gubernamentales, militares, educativas-. Para justificar la intervención, el gobierno tuvo que mentir, negar y ocultar sistemáticamente, algo que, sumando la represión del movimiento estudiantil, los asesinatos de Kennedy y Martin Luther King, además del escándalo Watergate que le costó la presidencia a Nixon en 1973, sumió al país en su gran derrota moral.
PRIMERA GUERRA EN DIRECTO
El pueblo estadounidense dejó de creer en EU como “la mayor fuerza para el bien del mundo”. Ahora su imagen era de la nueva nación agresora en un país que sólo buscaba su independencia del yugo colonialista.
Las imágenes que llegaban a la televisión de la barbarie crearon una oleada de revulsión moral. Fue la primera guerra transmitida en directo, y ver las atrocidades en vivo creo un sentimiento antibelicista que no tuvo reversa.
“El nombre de un conflicto en el que te opones a una revolución es contrarrevolución”, dijo Daniel Ellesberg, analista de defensa que se volvió contra la guerra y difundió miles de documentos clasificados, llamados Papeles del Pentágono, que desnudaron las mentiras que los presidentes estadounidenses habían dicho a su pueblo para mantenerlos cegados ante las atrocidades y errores en la guerra. Ellesberg fue el antecedente de otro analista que en nuestros días hizo lo mismo, con diferente suerte: Edward Snowden.
Ya en 1972, el discurso de que Vietnam era una amenaza en plena Guerra Fría con la URSS y China, ya nadie lo compraba, y parecía que Estados Unidos sólo permanecía ahí para recuperar a sus prisioneros de guerra.
Otro factor clave fue que los presidentes, desde Eisenhower hasta Nixon, creyeron que las restricciones legales y morales que limitaban la acción dentro del país no tenían por que hacerlo afuera: Estados Unidos era libre de actuar como sus adversarios. Esto los hizo mentir, primero con los bombardeos indiscriminados sobre la comunista Vietnam del Norte, después con el envío de tropas en secreto, y al final espiando a sus propios ciudadanos, lo cual resultó inadmisible en ese contexto.
Para el presidente-actor Ronald Reagan, la guerra de Vietnam fue una “causa noble”, y hay todavía quienes en la actualidad excusan la intervención estadounidense como bien intencionada, aunque trágica, en lugar de verla como fue: una afirmación de poder imperial, que después se ha repetido en Afganistán, Irak y Siria, con pretexto de “la guerra global contra el terror” como sustituto de la “amenaza del comunismo internacional”.
Así, una vez más Estados Unidos organiza -mediante la CIA y el Pentágono- contrainsurgencias encubiertas, masacres, golpes de Estado, con una sociedad que parece de nuevo anestesiada ya no con el mito del triunfo y la imbatibilidad, sino con la exacerbación del miedo al otro, la xenofobia y el nacionalismo como poder militar defensivo.
EL DATO
1975
La liberación de Saigón, el 30 de abril de ese año por el Frente Nacional de Liberación de Vietnam y las Fuerzas Armadas de la República Democrática de Vietnam, marcó el fin de la guerra y el inicio del proceso de reunificación
Referencias
-Gaddis, John Lewis. “Nueva historia de la Guerra Fría”. FCE, 2011.
-Engelhardt, Tom. “El fin de la cultura de la victoria. Estados Unidos, la guerra fría y el desencanto de una generación”. Paidos, 1997.
-What was the Vietnam war abaut, New York Times, 26 de marzo de 2018.