*Sin abrigo ni comida, para quienes no lograron el objetivo, lascondiciones son muy desfavorables
*Mayte López, La Voz de la Frontera
El panorama que hoy pinta en la vida de Maclovio CervantesArteaga dista mucho del que hace apenas unas semanas atrásalumbró su camino cuando se paseaba con una vida forjada duranteaños en San Antonio, Texas.
Nacido en Manzanillo, Colima, viajó hace ya varios ayeres rumboa Texas con el firme propósito de alcanzar el “sueñoamericano”, mismo que se cumplió. Al arribar a territorionorteamericano y contactarse con familiares residentes de Texasrecibió asilo y de inmediato buscó un empleo.
Obtuvo una plaza laboral, de esas que en el vecino país llegancomo oportunidad a los que “sin papeles” están siempremaniobrando para no ser detectados por la autoridad migratoria.
Pero un miércoles la suerte ya no le sonrió más. Enentrevista para La Voz de la Frontera, Maclovio recuerda ese crudomomento en el que “la migra” dio con él: “Yo conté a cincopersonas que agarraron junto conmigo; solo recuerdo que unaautoridad me dijo que en Texas no era como en California, que ahísí se cumplía la ley, eso me dijeron antes de sacarme”.
Fue entonces cuando arribó a Mexicali, donde sin contactos,familiares o amigos, el frío, hambre y el miedo a ser atacado poralgún “amante de lo ajeno” se convirtió en la batalladiaria.
Mientras aguardaba paciente en una fila de personas queesperaban por un plato de comida y una bebida que residentes deMexicali donan a los desprotegidos, el migrante añora retornar alos Estados Unidos, pues hay una vida mejor.
“Estar del otro lado del cerco siempre será mejor, ahoraestoy aquí a donde me mandaron pidiendo comida regalada porquetengo hambre y no tengo un peso, no tengo familia en estaciudad”.
Hay historias de migración que no acaban bien.