La familia espera los restos de Santa Cristina en lo recóndito de la montaña de Comitancillo, una de las poblaciones que durante años ha sido golpeada por la pobreza y la marginación en Guatemala.
La gente se ha visto obligada a buscar nuevos horizontes, aunque estos no siempre terminen en un buen desenlace, tal como ocurrió con esta chica integrante de una familia de ocho personas, la mayoría pequeños que aún no saben descifrar el episodio tan crudo que están viviendo.
Ella se fue porque aquí no había oportunidades de crecer ni de trabajar
San Cristina es una de las 12 víctimas que han sido identificadas tras la masacre en Tamaulipas, donde al menos 19 cuerpos fueron hallados carbonizados, al parecer, en manos del crimen organizado.
La noticia sólo era cuestión de confirmarla, pues la corazonada de una madre nunca falla. Todos en la familia sabían que se trataba de la hermana e hija que apenas hace 15 días había salido rumbo a México con la intención de llegar a Estados Unidos.
“Ella se fue porque aquí no había oportunidades de crecer ni de trabajar, también buscó todos los medios para poder realizar el viaje, sobre todo porque una de sus hermanitas tiene labio leporino y quería que la sanaran aquí en Guatemala o en otra parte, pero ya vio lo que pasó, no pudo llegar y me la mataron de esa manera tan cruel”, relata su angustiada madre, quien toma un retrato de su hija finada y lo abraza, como si ella estuviera presente en el lugar.
Para las familias de las víctima la espera es una tortura. Días y noches pensando en cómo será el reencuentro con alguien que salió por propio pie caminando con una mochila y regresa en un cajón, aniquilada por la delincuencia en México.
La mujer, que apenas articula palabras y se muestra aletargada por la situación, confiesa a Organización Editorial Mexicana (OEM) que para obtener el “boleto de ida” tuvieron que buscar hasta por debajo de las piedras el dinero para pagarle al “coyote”.
“Para poder viajar entre toda la familia tuvimos que hacer un préstamo, nos quedamos endeudados con 126 mil quetzales, y todo para que ella fuera a morir de esa manera, quemada y el sufrimiento que tuvo que haber pasado”, relató.
Es decir, tuvieron que desembolsar cerca de 320 mil pesos mexicanos para llegar a morir a México, sin más camino por recorrer que el de regreso a casa en estado pulverizado y a pedazos.
De la repatriación de los cuerpos nada saben. Las familias no están desesperadas, pero sí desilusionadas ante el temor de ni quisiera poder volver a ver lo que quedó de sus seres amados. Ahora temen que el gobierno mexicano sea inepto para devolverles lo que tanto aman.
Guatemala espera a sus muertos de vuelta, en medio de un luto que deambula por todo el departamento de San Marcos, donde según sus mismo pobladores, el término exacto para este viaje de sus seres queridos, vecinos, conocidos o simplemente paisanos, ha quedado definido como sanguinario.