El abuelo ha logrado mantenerse en pie gracias a un viejo bastón hecho de palo. Apenas puede caminar. Tiene más de 70 años y la vista cansada. A estas horas del mediodía, el calor le hace sudar.
En silencio, su postura y semblante expresa que no está feliz. Que no se siente en su hogar y que desea regresar a su casa llena de árboles, en Bagrecitos, Tepuche. Él no habla, dice su nuera, “porque se enfermó de tristeza.”
El hombre vive ahora en la periferia de una ciudad que no se parece a su pueblo, pues ha cambiado el enverdecido monte por el gris del asfalto. Su familia está compuesta por ocho personas, entre ellas, dos bebés.
Todos los días se reúnen en el patio frontal de una precaria vivienda que rentan, no por elección, sino forzados por los maleantes que atentaron en Bagrecitos. Se sientan no sólo a esperar a que el día pase, sino a que pase el tiempo, para poder regresar a sus siembras de frutas y tubérculos, a los arroyos naturales y a dormir debajo de los árboles frondosos que mitigan el calor.
De los ochos que viven en un pequeño cuarto, el hombre más joven y esposo de una de las madres de los dos menores, es el único que trabaja. Todo el día ayuda como albañil y la paga es poca.
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“Mi marido es el que sale a trabajar y va y viene, nosotros aquí nos la pasamos aburridos. A veces platicamos con los vecinos, pero pues no es las misma a estar allá en el rancho”, dice la joven de 21 años de edad.
NO SE ADAPTAN
Los días que han pasado desde la última semana de junio, cuando más de 50 familias salieron horrorizadas por la violencia, han sido una eternidad. Los desplazados relatan que por más que quieren no se adaptan, sobre todo los viejos, que vivían desde hace más de 37 años en Bagrecitos.
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En los rostros de estas personas no reconocidas por el estado, hay resignación, pero más esperanza, para tener que dejar de “aguantar” pisar un suelo que no es suyo y cobijar se en un techo ajeno y caluroso por el que pagan renta.
Los precios para salvaguardar su vida son caros: renta, agua, transporte, calor… cosas que no contemplaban en Bagrecitos. Allá en el pueblo no debían pagar una cuota mensual, ni siquiera agua, porque la toman del arroyo y de luz, era poco, porque el aire acondicionado no es una necesidad como en Culiacán. La vida en la sierra es tranquila, aunque se encuentre manchada de sangre y cubierta de balas.
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SUEÑO DEL RETORNO
Lo único que consiguieron traer consigo el trágico día, fue miedo y un cambio de ropa, el que ya vestían. Pero han podido acudir esporádicamente a recuperar ropa, documentos para pedir empleo, algunos muebles y darles de comer a su ganado. Estos pequeños viajes los han hecho escoltados por la Guardia Nacional, y dicen, son paseos que les dan nostalgia y esperanza.
“Cuando vamos se me llenan los ojos del verde del monte. Veo mi casa, mis animales. Todo lo que sé que es de donde yo soy. Esos paseos para ir por cosas o a limpiar, me gustan, porque de perdida estoy ahí un ratito”, dice la mujer de 70 años de edad.
Por la temporada, las mujeres de esa familia, dicen que estarían sembrando pepino, maíz o sandía. Tomando una siesta en la hamaca que, ahora, cuelga de un flaco árbol y un tronco seco en la vivienda que deben rentar. La añoranza de volver a casa es tanta que, todos ahí, ya saben qué será lo primero que harán a volver.
Limpiar la casa, ponerme al corriente con la gente allá y darles pastura a mis vacas.
Mujer de 71 años.
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Por lo pronto y quien sabe hasta cuándo, sigue aguantar. Continuar en la espera del añorado anuncio “ya pueden volver”.
GOBIERNO DEL ESTADO CIEGO Y SORDO
El Gobernador Quirino Ordaz Coppel, continúa su gobierno a distancia, haciendo política por Twitter y hablando sólo del estadio de futbol mazatleco. Sin embargo, el tema de la violencia, el de los desplazados, no lo quiere reconocer y asegura que la seguridad es un tema que se tienen solucionado en una de las entidades más conflictivas de México.
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