MATAMOROS. “Solicité mi asilo a Estados Unidos, me devolvieron; me dijeron que tenía que seguir aquí y me toca esperar, se vino la pandemia y aquí sigo”, dijo Rosaura Enamorado, una migrante originaria de Honduras, quien desde 2019 está varada en el campamento para solicitantes de asilo en Matamoros, Tamaulipas, acompañada de su hijo Kenet, que ahora tiene cinco años.
Rosaura vive bajo un techo de plástico, rodeada por una malla, y recoge leña para calentarse y preparar sus escasos alimentos, junto con otras 700 personas, quienes a la orilla del Río Bravo, esperan a que Joe Biden cumpla la promesa de regular su situación migratoria.
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El campamento de migrantes de Matamoros fue abierto en el 2019 con unas dos mil 500 personas, aunque con el endurecimiento de las reglas migratorias y la pandemia actualmente está habitado por unos 400 adultos y 300 niños.
Por nacionalidad, 60 por ciento son hondureños, 20 por ciento guatemaltecos, 10 por ciento salvadoreños y 10 por ciento de países diversos (haitianos y brasileños entre ellos). “La vida es muy dura, dura, principalmente por los niños, ellos tienen que dormir en el suelo, con frío y calor”, dijo con pesar Rosaura.
Explicó que huyó de la crisis económica y la violencia que existe en su país y llegó a México mediante el pago a un “coyote”, no obstante, no pensó lo difícil que sería llegar a Estados Unidos.
“Ahora nos dicen que con este señor (Biden) las cosas van a cambiar, entonces me voy a esperar”, destacó.
La esperanza ahora está en marzo, mes en que se dice podría definirse su situación migratoria o de lo contrario, regresará a Honduras. “La vida aquí es crítica, hay gente mala, hay gente buena y hay que cuidar mucho a los niños. El día es de cocinar, lavar, así la pasamos siempre, mi casa es una carpa desde hace dos años”.
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