Francisco Lázaro levanta su brazo derecho y apunta hacia donde se asoma el volcán Paricutín. Con un ojo ya perdido y 101 años a cuestas, este hombre narra con precisión y una memoria fotográfica lo ocurrido en 1943, cuando las tierras de esta zona comenzaron a hablar por sí mismas como el preámbulo a la erupción que venía, la que destruyó todo lo que encontró a su paso.
Se trata de uno de los escasos sobrevivientes de este fenómeno natural que desapareció los pueblos del Paricutín y San Juan Parangaricutiro, de aquellos días donde la gente pensó que ese fuego era un castigo de Dios.
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“Primero fue un terremoto, en 1942 a las 5 de la tarde, un temblor fuerte, como el que luego pasó en 1985 y que mató mucha gente”. Don Francisco se toma sus pausas para hablar, agarra aire, se ubica en el tiempo y en el espacio y continúa: “Aquí cayó una capilla, se derrumbó a las 5 de la tarde, y después se abrió la tierra, era tanta la luz que parecía un cometa”.
El hombre relata que el 20 de febrero de 1943 cayó en sábado y eran las 3 de la tarde cuando el campesino Dionisio Pulido alertó a los vecinos que de la tierra salía fuego y era mejor salir huyendo.
“El mismo día tronaba el volcán, aventaba las cenizas a las 9 de la noche, aventaba viento y lumbre, por eso corrieron, corrieron y corrieron de San Juan, le dieron para Angahuan en medio de la noche, a oscuras, porque no había luz en ese entonces”.
La voz de Francisco a veces parece apagarse, casi no se escucha entre el viento que sopla al pie del volcán, pero tras unos segundos parece recobrar sus fuerzas y recuerda que el general Lázaro Cárdenas ayudó para la evacuación de los habitantes que lo perdieron todo luego de la erupción.
Se tapó el pueblo: el Paricutín, San Juan Parangaricutiro, y nos tuvimos que ir, no había caminos, solo el Camino Real
Francisco tenía 19 años y como el resto de personas, pensó que se iba a acabar el mundo. Nadie sabía muy bien qué hacer ante la catástrofe, sólo atinaron a correr y los niños pedían de comer, pero alimento no había por ningún lado.
“Mamá, tengo hambre, decían, pero se habían muerto los animales: las vacas, las gallinas, caballos, borregos… ya no había pasto”, recuerda entre nubarrones como los que ahora se forman en los cielos de la Meseta Purépecha.
El cronista nos confía que en su familia ha habido longevidad: su madre vivió hasta los 120 años y alguna tía duró 145, dato complicado de corroborar, pero suficiente para que él se sienta un joven al que aún le falta por ver mucho en este mundo.
Como él, otros sobrevivientes del Paricutín suelen relatar lo que vivieron aquel 20 de febrero y que se extendió por nueve años más, lo que obligó a fundar las localidades de San Salvador Combutzio, Caltzontzin y San Juan Nuevo. Personajes como Nana Catalina han dejado constancia de aquella noche eterna donde cargó una cubeta con nixtamal mientras corrían despavoridos, pero la tuvo que dejar a medio camino con tal de sobrevivir. Doña Erlinda Rangel en Angahuan, Josefa Curao Sánchez, de San Juan Nuevo y José Maurilio Hernández, de Caltzontzin, son otros ejemplos de quienes mantienen frescos los recuerdos de ese fenómeno que los obligó a mudarse a otras tierras menos peligrosas.
El acta de bautizo
Además de los testimonios orales, la historia del Paricutín conserva el registro del “bautizo” del volcán, que corrió a cargo de su descubridor Dionisio Pulido y autoridades de Villa Parangaricutiro. Fechado el 21 de febrero de 1943, el documento es rescatado en el texto El volcán Paricutín. Una invitación al estudio de las relaciones hombre-naturaleza, publicado por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
“…que el día de ayer como a las 18 horas se presentaron los CC. Sánchez y Pulido informándole, completamente excitados, de la aparición de una fogata que ellos no sabían qué era y que había resultado como a las 17 horas de ayer en la joya denominada Cuitzyutziro, al oriente del poblado de Parícutin por lo que, desde luego, pedían se trasladara al lugar de los hechos, para que por su vista diera fe de su aseveración. […] Que el señor Sánchez al convencerse de la veracidad de lo denunciado por Pulido, se trasladó juntamente con él a la presidencia municipal de Parangaricutiro, donde todos alarmados dieron parte de los hechos al C. Felipe Cuara Amezcua, quien con la premura que el caso ameritaba pasó en compañía de los denunciantes al lugar donde había aparecido el fenómeno que posteriormente se dieron cuenta que era un volcán. Acto continuo a propuesta de algunos vecinos de este lugar y de Parícutin, se discutió el nombre correcto que debería llevar el mencionado volcán, y después de amplias deliberaciones y deseos de los pobladores de la región, por unanimidad se le denominó Volcán de Paricutín”.
Economía de la catástrofe
En las inmediaciones del volcán, desde que se arriba al poblado de Angahuan hombres montados a caballo detectan la llegada de posibles turistas a quienes siguen para ofrecerles un tour que puede tener dos destinos: las ruinas del templo de San Juan de las Colchas, construido en 1618, o la subida hasta el mismísimo cráter. En el primer caso el costo es de 250 pesos por persona y se trata de un trayecto muy corto que también se puede hacer a pie. El segundo implica un recorrido de seis horas ida y vuelta, al que hay que invertirle hasta 800 pesos para cada cabalgante. Eso sí: se promete una vista espectacular.
La catástrofe que dejó la erupción es ahora una fuente de ingresos para la segunda generación de pobladores que venden no solo los viajes, sino las guías conversadas, quesadillas recién salidas de los gigantescos comales, cervezas frías y artesanías que lo mismo incluyen rebozos hechos con manos purépechas que piedras en forma de corazón con la figura de El Señor de Los Milagros. Son 11 los comerciantes que se han organizado para asistir todos los fines de semana y obtener algo de ingresos gracias a los centenares de turistas que se maravillan con el altar que sobrevivió a la explosión, con la torre que se mantuvo firme al paso de la lava, con las gigantescas rocas que se prestan como parte de la aventura.
Entre esos vendedores destaca la figura de “El Cachuy”, hombre orgulloso de su pasado que presume en una lona el recorrido que alguna vez hizo al lado de Marco Antonio Solís, El Buki. Promete que las actividades culturales en torno a los 80 años del Paricutín serán en grande, pero aclara que no se trata de un festejo, sino solo del recuerdo que les dejó sin sus pueblos. Promete que habrá globos de cantoya, rodadas de bici, desfile deportivo, danza de los Kúrpites y un encendido del templo, así como una ceremonia “para darle gracias al Señor que todavía estamos aquí, que todavía caminamos”.
El Cachui también tiene su granito histórico por aportar: “Mi papá vivía a dos cuadras de la iglesia mirando hacia el volcán, y mi mamá atrás del templo. Ambos viven todavía, ya tienen más de 90 años y hay otra persona de 102 que viene a la celebración”, promete, mientras que corrobora la versión de Don Francisco Lázaro por aquello de que en esta tierra la gente vive muchos años: “Mi abuelita murió de 113; ahora ya no duramos porque comemos Sabritas y Maruchán, pero antes era distinto”.
Como el resto de comerciantes, espera que la economía mejore luego de que la pandemia cerró el acceso a las ruinas, pero también sufrieron de asaltos a mano armada que han cesado en los últimos meses.
¿Sismos por actividad volcánica?
José Luis Macías, director del Instituto de Geofísica de la UNAM campus Morelia, recuerda que nuestro país está atravesado por el Cinturón Volcánico Transmexicano que corre desde las costas de Nayarit hasta Veracruz, con más de 8 mil volcanes, algunos pequeños conocidos como conos de escoria. “Los campos más grandes en el mundo están en Michoacán y Guanajuato, son más de 1,100 volcanes que van de la Meseta Purépecha a Las Luminarias en Guanajuato y llegan hasta el Pico de Tancítaro. Después del sismo del 19 de septiembre del año pasado ha habido otros de menor escala en la misma zona, por eso tenemos que contar con una gran red sísmica que detecte no solo lo que ocurra en los volcanes, sino temblores producidos por fenómenos como la reactivación de una falla que esté cortando las rocas”.
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Nota publicada en El Sol de Morelia