MEXICALI.- El sueño americano incluye también a los niños. Ellos, al igual que los adultos, han recorrido cientos de kilómetros a pie, en camión o en tren con la ilusión de cruzar la frontera y pisar el suelo de la Unión Americana.
A sus diez años de edad, Eduardo, originario de Guatemala, vivió en carne propia un proceso de deportación luego de que se entregó a la Patrulla Fronteriza de Calexico, California, junto con su mamá y hermano, con quienes estuvo detenido durante cinco días.
El Día del Niño para él es distinto al de muchos otros menores de edad; aunque tendrá dulces, pastel y quizá algún juguete, su principal preocupación es la fecha en que debe presentarse ante un juez de Estados Unidos, quien decidirá si es aceptada su solicitud de asilo.
“Mi mamá quería un buen futuro para nosotros, quería el bien; de Guatemala extraño la escuela, a mis amigos y a mis primos, no he hablado con ellos porque no tengo teléfono, tampoco tenemos casa”, asegura el menor.
Eduardo no sabe exactamente qué busca su familia en Estados Unidos, pero lo ilusiona la idea de aprender inglés, idioma que escuchó repetidamente durante los siete días que estuvo en un centro de detención de migrantes luego de ser capturado por elementos de la que identifica como “la migra”.
“Cruzamos, llegó la patrulla y mi mamá dijo que no tuviera miedo, los policías nos hablaron en español aunque entre ellos hablaban inglés”.
Del encierro, Eduardo recuerda que era un lugar grande pero saturado de gente en donde sólo les ofrecían burritos para comer.
Junto a su familia, el niño es uno de los más de doscientos centroamericanos deportados por Estados Unidos hacia nuestro país y, aunque no tiene claro lo que significa migrar, está consciente de que lo que ha vivido no ha sido fácil y por eso se atreve a enviar un mensaje a otros niños migrantes.
“Si logran aguantar todo lo que pasa, que vengan; si no, no, porque te pones muy enfermo, sí es difícil”.
TAMBIÉN EN MÉXICO
El drama de la migración la viven también los niños mexicanos. Es el caso de Karen, quien huyó con sus padres y su hermano de la violencia en Michoacán luego de que asesinaron a dos de sus más cercanos parientes.
Mientras llega su cita con autoridades migratorias de Estados Unidos, la niña habita un albergue junto con otras familias que también están huyendo de la violencia en aquel estado; para todos, el destino es el mismo, Estados Unidos, como promesa de una vida mejor.
Karen y sus papás también cruzaron ilegalmente la frontera hacia la Unión Americana pero fueron sorprendidos por la Patrulla Fronteriza que los devolvió a México.
“También corremos peligro”, dice la niña, y afirma encomendarse a Dios para ser aceptada en “el otro lado”.