Masacre de Allende marcó a tres generaciones

La venganza perpetrada por Los Zetas arrebató a una hija, una hermana y a una madre de una familia

Marcela Delgado y Christopher Vanegas | El Sol de La Laguna

  · viernes 19 de marzo de 2021

Adanary desapareció el 18 de diciembre de 2011, víctima de la venganza de Los Zetas contra los soplones que los entregaron a la DEA. Ilustración Alejandro Oyervides

ALLENDE, Coah. Olga Lidia, Olguita y Samanta son tres mujeres de Allende. El fin de semana en el que Los Zetas sembraron el terror en la ciudad, Olga Lidia había ido a una fiesta familiar a un rancho cercano y regresó hasta el domingo 20 de marzo, cuando encontró escenas de miedo y muerte, sin pensar que meses después su familia enfrentaría una situación similar.

Adanary era hija de Olga Lidia, hermana de Olguita y madre de Samanta. Ella y su esposo desaparecieron el 18 de diciembre del 2011 en Piedras Negras, víctimas de la venganza que los hermanos Treviño Morales desencadenaron contra todo aquel que tenía nexos con los hombres que los traicionaron con la DEA y que inició en Allende el 18 de marzo de 2011.

Las mujeres todavía muestran secuelas de esta tragedia luego de 10 años, pero también les dio motivaciones. Olga Lidia sobrevivió a una trombosis por la tensión de no saber nada de su hija, pero también creó la asociación civil Alas de Esperanza, que ayuda a familiares de desaparecidos.

Olguita estudia Derecho para ayudar de igual forma a su madre y otras familias que no saben nada de sus seres queridos desde que Los Zetas arrasaron con su pueblo.

A Samanta le robaron su infancia; ahora tiene 12 años y cuenta que no se siente bien emocionalmente, sin embargo, se hace la fuerte para no preocupar a su hermano Patricio, que apenas tiene nueve años.

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Coraje

A sus padres se los llevaron 11 días antes de que Samanta cumpliera dos años de edad y su hermano casi acababa de nacer. Cuando cuenta su historia, sus ojos se llenan de lágrimas; agacha la mirada y raspa el esmalte de brillos multicolor que lleva en sus uñas. Sus palabras demuestran dolor y una profunda tristeza.

Por lo que pasó con su familia se acostumbró a estar sola; veía que la atención era para su hermano, a quien dice que ama y que daría la vida por que esté bien.

“Ahora que crecí quieren estar conmigo, pero yo ya no quiero, porque me acostumbré a estar sola y me siento mal, o sea, ya enfóquense en los más pequeños que sí lo necesitan”, pide Samanta.

Ella no entendía por qué no tenía papás. La curiosidad la llevó a observar a su abuela, Olga Lidia, mientras lloraba, le preguntaba el motivo de su llanto; no obtenía respuestas. No fue hasta después de cinco años que le contaron lo que había pasado con sus papás.

Desde entonces, en algunas ocasiones cuando duerme, sueña que todo está oscuro, excepto por un sendero de luz, en donde al final hay tres personas, dos hombres y una mujer: su madre, su padre y su abuelo.

Dice que son sus ángeles, al igual que tres estrellas que se ven desde la ventana de su recámara que comparte con su hermano y su tía Olguita.

Samanta: "Ahora que crecí quieren estar conmigo, pero yo ya no quiero, porque me acostumbré a estar sola y me siento mal”. Foto Antonio Meléndez | El Sol de México

A ella le hubiese gustado salvar a sus padres, para que así su hermano, al que le hacen bullying por no tenerlos, al igual que a ella, no sufra. Incluso ha llegado a pensar que a ella le debió haber pasado lo que les pasó a ellos.

Durante las noches espera que su familia duerma para poder llorar; no quiere que nadie la escuche, en especial su hermano menor.

Samanta es una pequeña que demanda atención, y desde que perdió a sus padres, ella y su hermano quedaron bajo el cuidado de su abuela, Olga Lidia Saucedo García, quien un día tuvo que ir por ellos y desde entonces los hizo sus hijos.

Todo fue un cúmulo de infortunios en la vida de la pequeña, y aunque en su cuarto tiene un cuadro con la palabra “dream”, siente que no tiene derecho a soñar, a tener ilusiones; las pocas que tenía, de ser modelo, fueron cortadas de tajo por su abuela, quien no quiere que se repita la historia de su mamá, Adanary, por eso prefiere que hagan una licenciatura, que se prepare.

“Quería estudiar modelaje, una vez se lo dije y me dijo que no, que estaba loca, que eso no era para mí. Ya no sé qué quiero hacer, mató mis sueños, dijo que yo no iba a poder ser modelo. Eso fue lo que más me dañó; ni siquiera me dejó ilusionarme tantito”, comenta.

Esas ilusiones rotas se fueron transformando en coraje, que a la más mínima provocación la hacen explotar y llegar a los golpes. Su tía Olguita lo dice. “Siento que tiene mucho coraje”.

Por eso se ha enfrentado con niños en la primaria donde estudia su hermano y a donde pasa a recogerlo cuando sale de la secundaria; hace todo por protegerlo.

Cuando caminan a su casa, en calle 5 de Febrero, de las últimas calles de la zona Centro, tienen que pasar por donde aún están los escombros de las casas destrozadas en el 2011 y que desde entonces son ignoradas por todos, “como si se tratase de un monstruo que habita en las pesadillas, imposible de combatir”.

Todo eso vio Samanta cuando era niña; no dijo nada, siempre guardó silencio y mostró una sonrisa falsa, la misma que dice usar cuando juega a la pelota con su hermano en el patio trasero; cuando es la hora de comer y se sientan en la mesa; cuando pasan las visitas a la casa. Aprendió que era mejor simular una sonrisa a que le preguntaran si era feliz, porque no lo era, porque no lo es.

“Un día comencé a reírme, y mi abuela me dijo -Ay, te ríes bien feo- y me dio más tristeza porque me daban ganas de decirle que nada más conoció mi risa falsa, no mi risa verdadera, porque sentía mucho peso, porque si lloraba frente a mi hermano se iba a preocupar”, platica.

Todo esto la tiene al borde de colapso, dice que se siente mal, que gracias a su mejor amigo, Kevin, no llegó al suicidio.

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Olguita: "El asesino de mi hermana era amigo de su esposo, por eso él le llamó con familiaridad y terminó matándola”. Foto Antonio Meléndez | El Sol de la Laguna

Consuelo

Olguita tiene 19 años y estudia Derecho. La razón, ayudar a su madre a esclarecer el destino de Adanary.

“Cuando mami estuvo bien necesitaba un abogado, recurrían mucho a un abogado para que les ayudara con todas las problemáticas que tenían en frente. A mí me gusta hablar, expresarme y aprender, porque además es una carrera en la que podré ayudar a los demás. Es por eso que estudio en una universidad que está aquí mismo en Allende”, relata.

Dice que uno de los dos memoriales que hay en Allende fue construido por gestiones de su madre. En estas ceremonias grupos religiosos hacen oraciones y también se exige a las autoridades que no se vuelvan a repetir estos hechos.

Ella relata lo que le pasó a su hermana. “Fue como en el 2017 cuando nos enteramos que mi hermana ya había muerto. Pero nunca vimos su cuerpo, sólo tenemos una hoja de papel que dice que ella murió; basada en una declaración de su asesino”.

Añade que nunca se encontraron fragmentos, ni ropa, ni nada que demostrará que se trataba de su hermana. “El asesino confesó que ella no había sufrido nada, la partió, la quemó y la tiró en un río”, dice desencajada y triste.

Ella recuerda que de la casa del suegro de su hermana le marcaron al esposo, luego le marcaron a ella para que fuera a buscar a su marido. Tras dejar a sus hijos en casa de Olga Lidia, se fue y está desaparecida desde el 18 de diciembre de 2011.

“El asesino de mi hermana era amigo de su esposo, por eso él le llamó con familiaridad y terminó matándola a ella, a su esposo, a su suegra, a su cuñada y al cónyuge de ésta, a sus sobrinos y a un trabajador”, cuenta Olguita.

Sabe que el asesino de su hermana fue condenado a más de 75 años de cárcel en el penal de Piedras Negras, sin embargo, eso no le da consuelo.

“Para mí es muy difícil, porque aunque ya está él (asesino) en la cárcel, ¿qué sigue para nosotras? A mí no me da consuelo que esté encerrado, para mí eso no es nada, no me favorece, no me da nada”, reclama la joven.

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Olga Lidia: "Tengo una herida que no ha cicatrizado. Mi hija desapareció de un día para otro y es fecha que no encuentro ningún rastro de ella”. Foto Antonio Meléndez | El Sol de la Laguna

Esperanza

Olga Lidia Saucedo García se enteró de la muerte de su hija Andanary seis años después de su desaparición. Halló detalles de cómo su verdugo, un sicario y amigo de su yerno, la había partido en pedazos, la había quemado y luego cómo tiró los restos a un río. Eso desató su rabia.

“Tengo una herida que no ha cicatrizado. Mi hija desapareció de un día para otro y es fecha que no encuentro ningún rastro de ella… Pese a todo lo que he vivido, no voy abandonar esta lucha; seguiré firme hasta el último suspiro de mi vida”, dice Olga Lidia.

Olga Lidia y su hija se sienten mujeres golpeadas por la vida, víctimas de delitos que ni en la peor pesadilla pensaron vivir, es por eso que se preguntan: ¿Cómo ayudar a todas las otras mujeres que viven esta situación?.

Ella es fundadora e integrante de la asociación civil “Alas de Esperanza”, creada en 2014 por idea de Olguita, con el objetivo de buscar a personas desaparecidas y dar apoyo a las familias que viven su misma situación.

Según la activista y con base en indagatorias de la asociación civil, se estima que más de 90 personas de su ciudad fueron secuestradas y desaparecidas entre el 18 y 20 de marzo de 2011.

En ese trágico 2011, en la masacre de marzo, ella documentó que tan sólo en una familia desaparecieron 15 miembros. Asegura que el número de víctimas en Allende no llegó a 100, pero que tampoco son los 28 que reconoce oficialmente la Fiscalía General de Justicia de Coahuila.

Sus esfuerzos en “Alas de Esperanza” han dado tranquilidad a algunas familias, pues de los casi 100 desaparecidos, han localizado a cuatro personas con vida. Una de ellas estaba recluida con otro nombre en un penal del sur de México y las otras tres vivían en Estados Unidos.

Pero jamás encontró rastros de su hija, quien le dejó a sus dos pequeños hijos para ir a buscar a su esposo después de recibir una llamada de quien terminó siendo su asesino.

Tras todos los problemas que se le acumularon, Olga Lidia amaneció un día sin habla y con una parálisis en su mano derecha, de la que no se ha podido recuperar, pues los daños neuronales al parecer son irreversibles. Incluso así su lucha continuará hasta el último suspiro de su vida.

A sus 53 años de edad, Olga Lidia no pierde la esperanza de encontrar los rastros de su hija y por eso viajará a Torreón para conocer los resultados de la exhumación masiva que ordenó el gobierno del estado.

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Asegura que en Allende, la gente sigue sufriendo en silencio, porque aún están demasiado asustados para hablar públicamente.

En octubre de 2015, casi a las afueras del pueblo, se erigió un obelisco para conmemorar a todos los desaparecidos que no dejaron rastro y en la placa se lee: “Pueden pasar los días y podrá separarnos la distancia, pero siempre nos unirá el amor y la esperanza”.



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