TAPACHULA. -¿El Presidente va a leer esto?- La pregunta enfría un poco a cualquiera. Un niño de 11 años proveniente de un barrio de Angola llamado Marte, en el sur de África, devela la desesperación que cientos de extracontinentales sienten al no ser escuchados por el gobierno mexicano en su intento por salir de la frontera sur, en Tapachula, hacia el centro del país.
Ataviado en un playera desfigurada en color rojo, un short del mismo tono y una sandalias cafés del número 25, Orrevi se entusiasma por ser entrevistado afuera del centro de detención de migrantes Siglo XXI, del Instituto Nacional de Migración (INM), pero antes corre hasta donde se encuentra su madre para solicitar permiso, con tal de poder enviar el mensaje al presidente Andrés Manuel López Obrador: “denos libertad”.
La travesía del menor originario de la provincia de Kwanza Sul ha sido una losa con la que ha tenido que cargar desde hace meses. Ya no se acuerda cuánto tiempo ha pasado, pero su mirada se extravía en demás gente que ha viajado con él, intentando recordar un poco más del viaje.
Orrevi nació y vivió en Marte, una ciudad poblada y grande de Angola, país sumido en conflictos políticos y sociales que han llevado a mucha gente a salir por todos los frentes, antes que sean alcanzados por las esquirlas.
“La policía se metía a mi casa, le pedían dinero a mi mamá todos los días, sentía miedo y entendía que eso no estaba bien. Mi hermano (8 años) y mi mamá se cansaron de eso, yo también, así que un día cualquiera decidimos irnos; ha sido un viaje muy difícil”, narra.
Pero la odisea para este pequeño y su familia comenzaba al salir de casa. Un enorme barco en color blanco en el que estuvo en altamar por casi 20 días lo llevó entre sol y lluvia hasta Brasil, de este lado del océano Atlántico, donde pasó algún tiempo en disgusto, pues afirma que es un sitio donde hay mucha mafia. –¿Qué tipo de mafia?- “de toda, hay mucha gente mala que nos quiso hacer daño”.
Después deambuló por varios países: Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y ahora México, en el sur de Chiapas. Su camino estuvo lleno de subidas y bajadas de camiones en malas condiciones, muchos tramos y kilómetros recorridos a pie.
Para Orrevi el alejamiento de su tierra, su ciudad, lo ha entristecido. Dejó amigos con los que todas las tardes salía a jugar al fútbol, a las batallas campales en tierra.
Las misiones de superhéroes que recreaba junto a sus compañeros de infancia se convirtieron en una realidad, en una aún más dura de la que podía imaginar.
Y mientras cuenta un poco de su huida en barco, de los amigos y las tardes de juego, de forma intempestiva cae en la realidad que está viviendo en Tapachula y vuelve a preguntar: -¿el presidente va a venir aquí a vernos, puede él venir aquí a ver cómo estamos?- “Es probable”, se le responde a secas, sin intentar engañar a alguien que aún tiene la esperanza de salir del infierno que viven cientos de africanos en la frontera sur.
El pequeño de lánguidas y largas piernas no pierde la fe. Afirma que no quiere quedarse en Tapachula, tampoco llegar a Estados Unidos, y aunque quizás el plan de su madre sea llegar a territorio de Trump, él tiene otra aspiración.
“No me gusta Tapachula, es feo, la gente te ve con maldad, no nos quieren. Tampoco quiero llegar a Estados Unidos, hay muchos problemas allá, yo me quiero quedar en México en una ciudad grande, quiero estudiar, también quiero ser presidente”.
–¿De tu país, en Angola?- “no, del tuyo, aquí hay muchas cosas que cambiar”. Orrevi habla cuatro idiomas, algo ha aprendido en la dura travesía. Su natal portugués lo desarrolla con mucha soltura, el español lo habla con grandilocuencia, el francés que estudiaba en Angola lo mastica con destreza y el inglés que ha absorbido con enorme perspicacia en su andar, le ha permitido también leer noticias en ese idioma y entender un poco más el espiral en el que está envuelto.