Hidalgo.- El coronavirus le cambió la vida por completo a María. De dedicarse a vender artesanías a turistas que visitaban la presa El Tejocotal, en el municipio de Acaxochitlán, Hidalgo, se convirtió en maestra de su hija mayor pese a que no terminó la secundaria.
“Hago hasta lo imposible por orientarla, pero el sistema de hoy no es el mismo que el de hace años. Hay cosas que no sé y en verdad me duele no poder apoyarla al cien. No entiendo muchas cosas y a eso se le suma que muchas veces estamos como madres solas, sin el apoyo de los maestros, que a veces sólo dan las instrucciones pero no explican”, dice.
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Su hija de ocho años cursa el tercer año de primaria en una escuela indígena de la comunidad de Santiago Tepepa y desde hace más de 20 días no ha enviado a su profesora las evidencias de las tareas realizadas, porque a su mamá se le cayó el celular en la presa.
Aún con el equipo, la niña tenía dificultades para enviar sus trabajos ya que no siempre agarraba buena señal o porque es mucho el dinero que se destina para tener internet. Se requiere de unos 400 pesos por lo menos y la economía familiar no va bien: la pandemia dejó sin ingresos a medio centenar de familias que dependían del turismo que visitaba la presa.
María tiene un pequeño local en la parte alta de su humilde vivienda e intenta recuperar el trabajo, al igual que su esposo, con la venta de comida o de artesanías, pero pocos son quienes llegan a comprarles algo. Están al borde de la quiebra. Hay días que no les alcanza para nada. Por fortuna, pueden pescar algunas carpas para comer.
En medio de la crisis, María enfoca parte de sus energías en ayudar a su hija con la escuela. Sin celular, la niña se ha convertido en autodidacta porque no hay manera de que reciba las instrucciones de su maestra. El miedo ahora es que la falta de internet para enviar sus tareas repercuta en sus calificaciones.
María ya informó a la maestra sobre la situación, “pero me comenta que eso a ella no le incumbe, que debo mandar las evidencias como sea, entonces tenemos que desplazarnos a la escuela hasta Santiago Tepepa, para ver qué trabajos tienen, luego ir a imprimir a Paredones que es lo más cercano, nos vamos toda la carretera caminando”.
Su esposo ha pensado, incluso, en sacarla de la escuela: “Mi hija igual fue quien dijo que ya no quería tomar indicaciones en el celular, ya se cansó porque además dice que no ve bien y le duele la cabeza”.
La desesperación ha invadido a este pequeño hogar de origen indígena. Una casa de apenas tres cuartos, dos de ellos convertidos en recámaras y el otro en cocina-comedor, sin una sala ni comodidades.
Y es en el pasto, afuera de la casa, donde la pequeña se pone a leer sus libros y trata de resolver lo que viene en ellos.
“Cuando digo que tengo miedo y que ha cambiado mi vida, me refiero a que antes me dedicaba a atender a los turistas mientras mi hija iba a la escuela, incluso se quedaba con familiares en la comunidad donde está su primaria. Ahora no sólo tengo que ser maestra como Dios me da a entender, sino también cuidarlas (a ella y a su hermana menor) de que no se me salgan al agua, estoy muy atenta a ellas, al cien por ciento, y aparte sin dinero. Todo cambió”.
Antes de la pandemia, dice María, vivían más o menos, pero ahora deben elegir entre imprimir las evidencias de las tareas que exige la maestra, comprar leche, meterle saldo a su celular o comprar huevo. “El sacrificio es enorme, es una cosa u otra”.
“Lo peor es que sin ingresos no logramos ver la luz, no sabemos ni para cuándo esto se repondrá. Yo sí quiero que mis hijas estudien, estoy preocupada por la que va a la escuela, por no tener el teléfono y mandar las famosas evidencias y por la pequeña de cuatro años que ya en breve tendrá que estudiar”.